Selección y producción de los Instructivos Navales de Jorge Serpa Erazo

Operaciones Navales en la Guerra Civil
de los "Mil días" y la separación de Panamá
Capitán de Navío Ricardo García Bernal

La intención del presente trabajo no es hacer un relato sobre todos los acontecimientos de la mas cruenta y devastadora de las guerras civiles que azotaron a Colombia durante el siglo XIX, se limitará a aquellos acontecimientos que tuvieron lugar en el mar y en los ríos entre octubre de 1899 y noviembre de 1902, con énfasis en aquellos ligados a la campaña del Pacífico, que finalmente desembocaron en la separación de Panamá en Noviembre de 1903.
Por tal motivo se omitirán los antecedentes políticos y sociales del conflicto, así como las operaciones terrestres que no estuvieron directamente asociadas con las operaciones navales.
Cuando, en octubre de 1899 estalla en Santander la Guerra Civil de los Mil días, iniciada por el partido liberal contra el gobierno conservador, la armada colombiana era una dependencia de segundo orden; tanto la flota de mar como la infraestructura terrestre de apoyo eran prácticamente inexistentes y pocos días antes había sido autorizada la venta de dos antiguos “cruceros”, para equilibrar el presupuesto nacional.
Aunque durante el conflicto nunca se mencionó el término “teatro de operaciones”, se pueden identificar tres de éstos teatros, en los cuales se desarrollaron operaciones navales, marítimas o fluviales, y que se analizarán a continuación:
- El del Río Magdalena.
- El del Caribe y el litoral Atlántico
- El de Panamá, con sus accesos por el Pacífico y el Caribe.
OPERACIONES EN EL RIO MAGDALENA
Los mandos liberales de la revolución tuvieron una visión amplia sobre la importancia del dominio de los espacios marítimos y de los ríos, como imperativo para el desarrollo de las operaciones terrestres. Prueba de ello es la iniciativa que desde la primera semana de la guerra tomaron los mandos liberales al formar un flotilla fluvial con la misión de dominar el río Magdalena, al cual se le concedía una altísima importancia, por ser la principal arteria de comunicaciones del país.
 

CAÑONERA HERCULES
En efecto, se encargó al barranquillero Julio Vengoechea, de la ejecución de tal misión, en cumplimiento de la cual el día 18 de octubre de 1899, tomó y hundió en la entrada del puerto de Barranquilla una draga de propiedad del gobierno, que resultó ser la “Ayacucho”, estimando erróneamente que tomaría “entre 12 y 20 días” el retirarla y permitir la salida de los buques de la flotilla fluvial del gobierno.
Vengoechea tomó igualmente la draga “Cristóbal Colon”, la que “blindó”con rieles de ferrocarril, pretendiendo convertirla en una “fortaleza flotante” y utilizar el cucharón de proa para embestir los buques enemigos; simultáneamente tomó los vapores particulares “Cisneros”, “Elbers”, “Helena”, “Antioquia”,”Barranquilla” y “Gieseken” para formar con ellos su “flotilla fluvial” y embarcar las tropas terrestres disponibles para las operaciones tendientes a tomar los pueblos de la ribera del río. Esta improvisada fuerza fluvial, navegó río arriba a órdenes de los generales Domiciano Nieto, Manuel Vásquez y Nicanor Guerra., acababan de zarpar hacia el desastre, y celebraron su primera “victoria” con una gran borrachera en los buques.
Las fuerzas del gobierno reaccionaron rápidamente; el general Diego De Castro fue nombrado jefe del la flotilla de guerra con la misión de “ emprender operaciones inmediatas contra la flotilla revolucionaria...”. Desde la madrugada del 19 de octubre De Castro inició el reflotamiento de la draga “Ayacucho”, labor que terminó en la noche del mismo día; simultáneamente armó en guerra un vapor particular de nombre “Colombia”.
El buque insignia del general De Castro era el cañonero “Hércules”. Construido como remolcador y draga, posteriormente había sido blindado y artillado; estando bien tripulado, constituía una eficiente unidad de combate, por lo cual era claro que la revolución concentraría sus esfuerzos en destruirla echándole encima el peso de la draga “Cristóbal Colón”.
Con el “Hércules“, al mando del general Elías Rodríguez, y el “Colombia” comandado por el general Ignacio Foliaco, De Castro zarpó del puerto de Barranquilla en la noche del 19 de octubre de 1899 en persecución de la flotilla revolucionaria, a la que dio caza el 24 de octubre en un paraje denominado “Los Obispos”, en las cercanías del puerto de Gamarra. Un nuevo error de la revolución: al contrario de las fuerzas del gobierno, los buques navegaban con sus luces encendidas.

COMBATE FLUVIAL DE LOS OBISPOS O GAMARRA

Para evitar una colisión, De Castro separó al “Hércules” del “Colombia”, el que rápidamente quedó fuera de combate por una avería en su cañón de proa, y en sus máquinas al chocar con el vapor revolucionario “Helena”.
La draga “Cristóbal Colón, fue echada a pique con sus 250 ocupantes entre tripulación y tropas terrestres, al parecer por el efecto combinado del fuego del “Hércules” y de la colisión con otro buque revolucionario, que según alguna versión, la embistió siguiendo una orden del general Domiciano Nieto en un arranque de irresponsabilidad etílica. Los buques revolucionarios, carentes de artillería, pero con un valor rayano en la temeridad, atacaron al “Hércules”, con el armamento menor de que disponían, y hasta con tacos de dinamita lanzados con la mano, que caían inofensivamente al agua, y trataron infructuosamente de abordarlo.
Ante el poder de fuego del “Hércules” , finalmente la flotilla revolucionaria es derrotada. Bien leve fue el precio que tuvieron que pagar las fuerzas del gobierno por su apabullante victoria: la avería del “Colombia” y tres heridos, incluido el general Diego De Castro. La derrota de la improvisada fuerza fluvial revolucionaria, fue una pérdida irreparable para la revolución, que nunca mas pudo utilizar el río Magdalena para transportar y sostener a sus fuerzas terrestres; por lo tanto el combate de “Los Obispos” fue el anticipo de su derrota en el centro del país.
LAS OPERACIONES EN EL CARIBE
Para los días en que se inició la guerra, la fuerza naval del gobierno en el caribe consistía en los vapores fluviales “Hércules” y “Colombia”, vencedores en el combate de “Los Obispos” y los cruceros “Córdoba” y “Próspero Pinzón”, los vapores “La Popa” “Nelly Gazán”y “María Hanaberg” , además de algunos veleros auxiliares.
Convencida por el desastre de “Los Obispos”, la revolución insistía en disponer de medios marítimos y fluviales para el apoyo de sus operaciones en tierra,. por lo que fueron negociados en alquiler a principios de 1900, dos vapores que se creyeron útiles para este propósito.
Estos buques eran un monumento a la improvisación. El primero era un cañonero denominado “Augusto”, de escasas condiciones marineras, y reducida capacidad de transporte, que consumía excesivas cantidades de carbón; y estaba armado, además de una ametralladora, con un cañón que en la práctica era de poca utilidad debido a su corto alcance.
Fue bautizado como “Peralonso” en honor de reciente triunfo de la revolución y se encargó de su comando al coronel Julio Torres.
El segundo buque era un antiguo remolcador de nombre “Rayo”, al que se bautizó como “General Gaitán, y armado en guerra montándole una ametralladora en la proa. Debido a su reducida velocidad se le dificultaría operar junto con el “Peralonso”.
Esta era la flotilla marítima de la revolución, para su comando, y el del “Rayo” fue designado un mercenario mexicano, el “general” Francisco Ruiz Sandoval, personaje de discutibles condiciones profesionales y lealtad. La revolución fincaba grandes esperanzas en su flotilla de guerra, la que arribó a Riohacha a principios de mayo de 1900.
El general Justo L. Durán propuso al general Siervo Sarmiento, jefe civil y militar de la revolución en el Atlántico, una operación para estrenar su “marina de guerra”: atacarían por tierra y por mar la ciudad de Santa Marta; derrotadas allí las fuerzas gobiernistas, continuarían hacia Ciénaga en donde se unirían a una guerrilla liberal que operaba en la zona; posteriormente tomarían a Barranquilla para hacerse de nuevo al dominio del río Magdalena con el fin de auxiliar al ejército liberal, ya que se sabía que el gobierno estaba concentrando fuerzas en Santander para presentar una batalla definitiva. El plan del general Durán era iniciar la mencionada operación el 19 de mayo de 1900, sin saber que en estos momentos se estaba librando el combate de Palonegro, en el cual las fuerzas terrestres de la revolución sufrieron una derrota de la que nunca se podrían recuperar.
El día 20 de mayo falleció el general Siervo Sarmiento, lo que constituyó una gran pérdida para la revolución, pero en todas formas decidieron iniciar a partir del 1º de junio la operación aprobada por el fallecido comandante, conociendo también que las fuerzas del gobierno, ante la llegada de los buques revolucionarios habían fortificado la Bocas de Ceniza.
En cercanías de Riohacha, al zarpar la flotilla de mar de la revolución al mando de Ruiz Sandoval, por un error en la maniobra, el “Gaitán” colisionó al “Peralonso”, causándose en los dos buques averías tales que impidieron su participación en la operación, a lo cual se atribuyó posteriormente su fracaso.
Reparados los dos buques, zarparon hacia el área del río Sinú en misión de transporte; cumplida ésta, regresaban a Riohacha, cuando encontraron en las bocas del Sinú el transporte “María Hanaberg” que había sido blindado y artillado por el gobierno para su servicio. Tras unos pocos disparos el transporte fue capturado, y la flotilla regresó triunfalmente a Riohacha; el “María Hanaberg” fue rebautizado como “General Sarmiento”.
Por éstos días ejercía la presidencia de Venezuela el general Cipriano Castro, quien había demostrado sus simpatías por la revolución liberal, pero el reciente triunfo conservador en Palonegro, le había enfriado su entusiasmo, y para mostrar su neutralidad ante el gobierno colombiano había decidido rehuir los contactos con el liberalismo e incumplir las promesas que le había hecho. Pero esto no lo sabía Ruiz Sandoval.
El 5 de julio, cuando la flotilla regresaba de una misión, Ruiz puso en ejecución su plan para deshacerse de la autoridad del general Justo L. Durán, y entregar los buques al general Cipriano Castro, buscando que éste lo nombrara jefe de la revolución en la costa atlántica. El coronel Efraín Juliao, comandante de la misión fue dejado en tierra, y arrestados varios oficiales, amenazando con fusilar a quien se opusiera.
El “Gaitán”, remolcando al “Peralonso” puso rumbo al puerto venezolano de Carenero, desde donde Ruiz Sandoval telegrafió al presidente Cipriano Castro, y puso rumbo a La Guaira, a donde arribaron en la madrugada del 12 de julio.
Ruiz dejó los buques en el puerto y partió hacia Caracas; allí el presidente Castro no quiso atenderlo, por lo cual Ruiz procedió con insolencias que le valieron ser arrestado; los buques fueron internados, y pesar de los grandes esfuerzos de la revolución, nunca le fueron devueltos.
Este episodio, unido a que por las mismas fechas, el “General Sarmiento” naufragó cerca de Maracaibo, acabó con la improvisada flotilla de mar de los liberales. Nunca más pudieron organizar una fuerza naval, por lo que definitivamente perdieron la capacidad de utilizar los puertos del Caribe o el río Magdalena, lo cual a la postre fue uno de los factores de su derrota en el centro del país.
LA CAMPAÑA DE PANAMA
Entre el 11 y el 26 de mayo de 1900 se libró en el sitio de Palonegro, en las cercanías de Bucaramanga, el mas cruento de todos los combates de la guerra, en el cual las fuerzas del gobierno comandadas por el general Próspero Pinzón derrotaron a las del liberalismo, a órdenes del general Gabriel Vargas Santos. Los generales Benjamín Herrera y Rafael Uribe Uribe toman camino del río Magdalena con los restos de sus ejércitos, siendo de nuevo batidos en combates aislados.
Herrera entrega lo que quedaba de sus tropas a Uribe Uribe y se embarca para los Estados Unidos, posteriormente aparece en Nicaragua, en donde el general Lucas Caballero lo entera de un decreto del director general de la guerra revolucionaria, por medio del cual se lo faculta para negociar con países vecinos ayuda para la revolución, así como para llevar expediciones sobre Santander, los llanos, Cauca y la costa atlántica.
Herrera y Caballero deciden viajar al Ecuador, en donde además de la ayuda del presidente, general Eloy Alfaro, encontrarían los restos de un veterano ejército liberal a órdenes del general Pablo Bustamante que, derrotado en el sur del país, se había refugiado allí. A ésta fuerza se unirían posteriormente las comandas por los generales Julio Plaza, Sergio Pérez y Díaz Morkum.
A grandes rasgos la idea de Herrera y Caballero era asaltar la guarnición de Barbacoas, aislándola de la de Tumaco, cortar las comunicaciones de ésta última con la ciudad de Pasto para impedir la llegada de refuerzos, y caer sobre la fortaleza del Morro, que con una fuerza de 300 hombres al mando del general Palacios defendía la entrada a Tumaco; destruirían esta fuerza, tomarían el parque, municiones y otros elementos útiles y posteriormente reclutarían gente en la región para reforzar las tropas disponibles, con las cuales invadirían a Panamá, objetivo final de la campaña.
Situación en Panamá
Desde el principio de la guerra, el liberalismo de Panamá había participado en el alzamiento contra el gobierno, aunque en menor escala, dados su tamaño y las dificultades para armar fuerzas de combate, aún contando con la ayuda de la vecina Nicaragua, cuyo presidente, el general José Santos Zelaya había prometido su apoyo.
En efecto, el 31 de marzo de 1900 el general Belisario Porras desembarcó en las costas de Panamá con una fuerza de 1,100 hombres y alguna cantidad de armamento y municiones. El apoyo de Santos Zelaya fue un fiasco; el material de guerra resultó ser menos de la mitad de lo esperado, y en muy mal estado; como si fuera poco, la cañonera “Momotombo” en la cual se transportaba la fuerza de Porras había recibido la orden de desembarcarla en la primera playa panameña en que fuera posible, la que resultó ser Punta Burica, en una región inhóspita y muy alejada de la ciudad de Panamá, objetivo de la campaña de Porras.
Las fuerza de Porras, las del general Domingo Díaz y un grupo de indios (cholos) a órdenes de Victoriano Lorenzo llevaron a cabo diferentes operaciones de guerrillas, que por las desavenencias entre los jefes y por no tener un mando centralizado, no rindieron ningún resultado ante la superioridad de las fuerzas del gobierno al mando del general Carlos Albán. En tal forma, para finales de 1901, las fuerzas revolucionarias mencionadas, diezmadas y sin un mando centralizado se hallaban prácticamente sitiadas en los alrededores de Panamá. Es entonces cuando Belisario Porras se dirige a Benjamín Herrera en solicitud de apoyo, sobre lo cual Herrera ya venía haciendo el planeamiento por orden de su superior el general Gabriel Vargas Santos, director general de la guerra revolucionaria.
Llevando las operaciones a Panamá
En Guayaquil, el general Lucas Caballero se dirigió a Quito a materializar el apoyo ofrecido por el general Eloy Alfaro, mientras el general Benjamín Herrera permaneció en la ciudad ocupándose del planeamiento de la campaña descrita. Estando en ésta labor, Herrera conoció en el puerto dos buques que a su manera influirían en el desarrollo de los acontecimientos.
El primero de ellos era el crucero “Presidente Pinto”, de la Armada de Chile. Construido en Francia en 1892, desplazaba 2,100 toneladas, podía alcanzar hasta 18 nudos, tenía 2 cañones de 6 pulgadas, 4 cañones de 4.7 pulgadas y 3 tubos lanzatorpedos de 18 pulgadas, arma para entonces de avanzada tecnología.
Ante los ojos de Herrera quedó claro que para una campaña como la que estaba planeando, ésta nave daría la superioridad al bando que la poseyera. No se sabe a ciencia cierta si Herrera estaba enterado de que el gobierno colombiano estaba tratando de negociar con el chileno este poderoso crucero para su inexistente marina de guerra en el Pacífico.
El otro buque era un pequeño vapor llamado “Iris” dedicado al transporte de ganado, que se hallaba en el puerto, de paso hacia El Salvador. Era de propiedad de la casa de comercio de Benjamín Bloom y Compañía. Al decir del general Lucas Caballero, para el impulsivo general Herrera “... verlo y juzgar que eso era lo que cuadraba a las circunstancias y al deseo, fue todo uno..” Herrera y Caballero se embarcaron en el “Iris” hacia El Salvador con el fin de negociarlo allí para la revolución. Quedaron encargados de la primera fase de la operación los generales Pérez y Bustamante.
En El Salvador el buque se compró por 16,000 libras esterlinas, de las cuales se adelantaron 4,000 . Mediante un contrato “a la gruesa ventura”, lo cual implicaba que si la revolución triunfaba en Colombia, el nuevo gobierno pagaría el saldo, si nó el buque correría las contingencias de la guerra.
La colonia colombiana en El Salvador, además del pago inicial del buque, contribuyó para armarlo en guerra, instalándole un poderoso cañón giratorio Krupp de 80mm. 4 cañones y dos ametralladoras en los costados. Se nombró comandante al coronel Roberto Payán.
El ahora “crucero” liberal fue bautizado “Almirante Padilla”, y a partir del momento dominaría fácilmente el acceso a Panamá por el Pacífico dada la escasa presencia de las fuerzas navales gubernamentales. Esto sucedía a principios de noviembre de 1901.
Listo el buque, zarparon hacia Tumaco, sin conocer la suerte que pudieran haber corrido en su misión los generales Plaza y Bustamante, pero sí sabiendo que en los alrededores de la ciudad de Panamá, una fuerza revolucionaria al mando de los generales Belisario Porras y Domingo Díaz necesitaba urgentemente el apoyo de sus copartidarios del centro del país.
Llegado a Tumaco, Herrera se entera de que los generales Bustamante y Plaza habían cumplido su misión, en tal forma que para asegurar la zona conquistada, Herrera puede dejar 500 hombres en Tumaco y 400 en Barbacoas, y reservar 1,500 para la campaña en Panamá. De estos últimos 1,100 se embarcarían en el “Almirante Padilla”,y los restantes en los transportes “Panamá” y “Cauca” tomados del gobierno en la reciente operación de Tumaco Herrera organiza sus fuerzas y nombra como jefe de Estado Mayor al general Lucas Caballero.
Zarpa así la expedición de Benjamín Herrera contra Panamá; después de una corta escala en Gorgona, con un mar embravecido el 24 de diciembre de 1901 arriban a Tonosí, en el sur de la península de Azuero. Desembarcando tropas en varios sitios atraen las fuerzas del gobierno hacia Aguadulce, rompen el cerco sobre las fuerzas de Belisario Porras y las liberan, quedando cumplido el primer objetivo de la campaña.
Desde la llegada de la expedición de Herrera con el “Almirante Padilla”, el general Carlos Albán había comprendido que con las fuerzas navales de que disponía, los pequeños cañoneros “Boyacá” y “Chucuito” muy inferiores al “crucero” de la revolución, no tendría ningún control sobre el Pacífico. A pesar de su insistencia ante las autoridades de Bogotá no había logrado que se le asignara un verdadero buque de guerra que pudiera enfrentar el de los liberales.
Solo tenían la esperanza de que se cristalizara en Chile la negociación sobre el crucero “Presidente Pinto.
Desesperado ante tal situación, Albán toma una decisión impulsiva: después de haber tratado infructuosamente de obtenerlo en alquiler, decide tomar “manu militari” el mercante chileno “Lautaro”, que casualmente se encontraba en el puerto, armarlo en guerra, y con el “Boyacá “ y el “Chucuito” salir a la caza del buque liberal.

El hundimiento del “Lautaro”

Habiendo tomado posesión del “Lautaro”, Albán lo artilló con dos cañones del crucero “Próspero Pinzón” que se encontraba en el puerto de Colón, y con 6 cañones de montaña. Enterado de todo esto, Herrera toma una decisión tan impulsiva como la de su adversario: con brochas y con las manos, en una noche, la tripulación del “Padilla” le cambia el color y lo alista para sorprender al “Lautaro”, que se hallaba fondeado en el puerto de Panamá.
No son fácilmente explicables las imprevisiones a bordo del “Lautaro” que permitieron el audaz golpe de mano planeado por Herrera; el buque se hallaba fondeado en la bahía, apagado y sin agua en sus calderas; la noche anterior parte de la tripulación chilena se había dedicado a la bebida, el ingeniero jefe se había negado a embarcarse, y el segundo ingeniero había sido incapaz de solucionar un desperfecto menor. Cerca del “Lautaro” se hallaban también al ancla el “Chucuito”, el crucero norteamericano USS “Phililadelphia”, y otro buque mercante chileno.
El general Carlos Albán se embarcó con su Estado Mayor en el “Lautaro” en la noche del 19 de enero de 1902, esperando aprovisionarse de agua y zarpar en la madrugada siguiente.
Durante la noche de 19 el “Almirante Padilla” , dando un rodeo se aproximó a la bahía desde el oriente, teniendo a las 6 y media de la mañana, el sol naciente en su popa.
Desde el “Lautaro” la tripulación divisó un buque, que inicialmente fue identificado como un mercante noruego, pero desde una milla de distancia se observó una nube de humo en su proa, y pocos segundos después, cuando el “Lautaro” se estremecía con un primer impacto, se reconoció al “Padilla”.
Pero ya era tarde, tres nuevos disparos hicieron blanco en el mercante chileno, hundiéndolo parcialmente, con el cadáver del general Albán a bordo. El “Chucuito” reaccionó rápidamente y atacó al “Padilla”, produciéndole unas 40 bajas. El “Padilla” pronto puso proa hacia el mar abierto, quedando fuera del alcance de la artillería del “Chucuito”.
El resultado de este certero ataque fue un desastre para las fuerzas del gobierno en el Pacífico; además de la irreparable pérdida del general Albán y otros 7 oficiales y suboficiales, y algunos heridos, el gobierno había perdido toda posibilidad de dominar el mar puesto que el “Boyacá” y el “Chucuito” no eran enemigos para el “Padilla”, ahora solo se conservaba la posibilidad de que las negociaciones sobre el crucero “Presidente Pinto” dieran un pronto resultado.
Pocos días mas tarde se tuvo información de que el crucero, ya de propiedad del gobierno colombiano zarparía hacia Panamá el 12 de febrero, información que a la postre resultó falsa ya que no se autorizó su venta. Pero tanto el gobierno como la revolución desconocían este hecho, por lo que ambos bandos tomaron como inminente su arribo a aguas colombianas, por tal motivo el “Presidente Pinto” sin dejar su puerto chileno, obró como “flota en potencia”, influyendo poderosamente en el desarrollo de las operaciones posteriores.
Los combates en Aguadulce
Teniendo en mente la posibilidad del pronto arribo del “Presidente Pinto”, con lo cual la revolución perdería el dominio del Pacífico, Herrera decide plantear una batalla definitiva en tierra. Este combate tuvo el 23 de febrero de 1902, en lo que se conoció como el primer sitio de Aguadulce, población al este de Panamá, y en la que el ejército gobiernista había concentrado parte importante de sus fuerzas. unos 1,500 veteranos bien entrenados y apertrechados.
La fuerzas de la revolución, compuestas por el ejército del Cauca, al mando de los generales Bustamante, Plaza y Santos Vargas, y el ejército de Panamá, al mando del general Belisario Porras, sitiaron en la mencionada población a las fuerzas gobiernistas. El resultado del combate fue una nueva derrota para el gobierno, solo unos 200 efectivos se salvaron, habiendo quedado en poder de la revolución unos 700 prisioneros y una buena cantidad de material de guerra.
A pesar de que este triunfo le despejaba el panorama táctico, quedaba para Herrera un gran impedimento para consolidar su dominio sobre todo el departamento de Panamá: la presencia de la fuerzas norteamericanas, las cuales claramente habían advertido tanto al gobierno conservador, como a la revolución, que de ninguna manera permitirían llevar las operaciones a la ciudades de Panamá y Colón, ni al ferrocarril que las unía, con lo cual Herrera quedaba prácticamente maniatado.
Para evitar la inactividad de sus fuerzas, y ante la presión ejercida por sus subalternos decide Herrera plantear un nuevo gran combate en tierra. Deja en Aguadulce, escenario de su victoria anterior, una fuerza al mando del general Plaza, lo suficientemente fuerte para resistir un ataque sorpresivo, pero lo suficientemente débil para que constituyera una tentación para el gobierno el atacarla. Para hacer mas tentadora la empresa destacó el “Padilla” a Corinto, en Nicaragua a aprovisionarse y proveer abastecimientos para las fuerzas de tierra.
Plaza se retira de Aguadulce, que fue ocupada el 21 de julio de 1902 por las fuerzas del gobierno al mando del general Morales Berti, quien se hizo fuerte allí esperando un gran ataque de la revolución. Esto precisamente era lo que esperaba Herrera, quien se dedicó pacientemente a consolidar el cerco y organizar su logística.
Mientras esto sucedía en tierra, en el golfo de Parita, un nuevo combate consolidaría el dominio del mar para la revolución. El 29 de julio de 1902 el “Padilla” intercepta una flotilla compuesta por las 3 únicas unidades de que disponía el gobierno: el cañonero “Boyacá”, que llevaba a remolque la lancha a gasolina “Campo Serrano”, y el cañonero “Chucuito”.
Ante el poder de fuego del “Padilla”, el “Chucuito” huye; el “Boyacá” suelta el remolque de la gasolina, después de un corto intercambio de disparos son capturados los dos buques con sus tripulaciones y copioso material de guerra. La flotilla del gobierno en el Pacífico había dejado de existir como fuerza de combate.
Consolidado el sitio a las fuerzas gubernamentales, se enfrentan en una serie de combates estáticos sobre una línea de 9 kilómetros, unos 5,000 hombres de las fuerzas del gobierno contra 6,000 de la revolución, y se inicia un asedio, conocido como el segundo sitio de Aguadulce, que se extiende durante tres semanas, al cabo de las cuales el general Morales Berti, convencido de la inutilidad de seguir ofreciendo resistencia, se rinde. Son tomados 4,000 prisioneros, quienes en su mayoría voluntariamente pasan a engrosar las filas liberales, junto con una gran cantidad de pertrechos.

VICTORIA MILITAR Y CAPITULACIÓN POLITICA
Por esos días es conocida en ambos bandos la realidad de la negociación con el crucero “Presidente Pinto” y Herrera hace una evaluación de su situación. En el campo táctico, sus dos victorias en Aguadulce, la captura de la flotilla marítima del gobierno y la desaparición de la amenaza que hubiera representado el crucero chileno le dan el completo dominio del departamento de Panamá, con excepción de las ciudades de Colón y Panamá, por los motivos expuestos.
En el campo estratégico, sin embargo, la situación es diferente: el dominio de Panamá tiene poco significado en la definición de la guerra, ante la incapacidad para llevar las operaciones al centro del país.
Fueron inútiles los esfuerzos de la revolución por obtener la devolución del “Gaitán” y del “Peralonso”, incautados por el gobierno venezolano, y de hacerse a otros medios marítimos en el litoral Atlántico para transportar sus fuerzas, por lo cual a pesar de hallarse victorioso en Panamá, no puede contribuir con sus fuerzas al triunfo liberal en el centro del país, eje del poder político.
En el campo logístico, la situación no es mejor. Contando con un ejército de mas de 9,000 hombres y una pequeña armada, su apoyo logístico cada vez se dificultaba mas, en un departamento de por sí escaso de recursos y asolado por 2 años de guerra, además de las exitosas gestiones diplomáticas del gobierno para impedir la ayuda por parte de los países vecinos.
Entonces Herrera, convencido de la inutilidad de continuar su hasta ahora victoriosa campaña y prolongar la guerra sin un objetivo estratégico, toma una decisión por la cual la historia le debe un reconocimiento: decide aceptar el ofrecimiento de mediación hecho recientemente por el contralmirante Silas Casey, comandante de las fuerzas norteamericanas.
De lo anterior resultaron las negociaciones entre las partes, las cuales tuvieron lugar a bordo del acorazado USS “Wisconsin”, que se encontraba en Panamá. Intervinieron por parte del gobierno conservador, el general Nicolás Perdomo quien había viajado desde Bogotá, investido de las necesarias facultades, el general Victor M. Salazar, jefe civil y militar del departamento, el general Alfredo Vásquez Cobo, jefe del Estado Mayor de las fuerzas en operación en el Atlántico, y el general José Mazabel. Por parte del liberalismo intervinieron, entre otros, los generales Lucas Caballero y Eusebio Morales.
Las negociaciones, que se extendieron por 3 días, dieron origen al documento que se conoció como tratado del “Wisconsin”, el cual se firmó el 21 de noviembre de 1902. Este documento, junto con otros dos que se firmaron por las mismas fechas, el de “Neerlandia”, y el de “Chinácota” dieron formal terminación a la mas cruenta de todas las guerras que asolaron a Colombia durante el siglo XIX.
Colombia debería recorrer ahora el difícil camino de la reconciliación y la reconstrucción nacional para entrar con esperanza al siglo XX, así como ahora entramos los colombianos al siglo XXI, llenos también de esperanzas en una paz pronta, justa y duradera. Pero aún quedaba un amargo cáliz por apurar.

LA SEPARACIÓN DE PANAMÁ.
En primera instancia es necesario aclarar porqué llegó la guerra al istmo. Debe decirse que las operaciones en esta parte del país no fueron iniciativa del general Benjamín Herrera, quien, planeó y ejecutó su campaña cumpliendo instrucciones de su superior el general Gabriel Vargas Santos, por lo tanto un juicio de responsabilidades, no sobre la sobresaliente ejecución de la campaña, sino sobre su utilidad estratégica y sus posibles implicaciones, recaería sobre los mandos superiores de la revolución. A la llegada de Herrera a Panamá en 1901, ya la guerra se había iniciado, y su campaña de obedeció en su primera fase a la necesidad de liberar las fuerzas revolucionarias del general Belisario Porras, que se hallaban sitiadas en Aguadulce.
En algún momento se argumentó que el propósito de Vargas Santos de emprender la campaña de Panamá era el de entorpecer las negociaciones que sobre el particular estaba llevando a cabo el gobierno del Presidente Marroquín en Washington, versión que no puede tomar como cierta, puesto que en estos momentos no podía escapar a la percepción de Vargas Santos, que una acción militar como esta, difícilmente podría rendir frutos políticos como los descritos.
No parece existir por tanto, duda sobre el que la motivación de Vargas Santos para disponer la campaña obedecía, más que a los motivos mencionados, a la necesidad de controlar los puertos de Colón y Panamá como base de apoyo logístico para posteriores operaciones sobre el centro del país. Parece estar igualmente claro que en su momento Vargas Santos no evaluó en todas sus consecuencias el hecho de que al atacar y tomar las ciudades mencionadas se abría la posibilidad, que se convirtió en realidad, de “justificar” la intervención de la fuerzas norteamericanas; esta imprevisión fue un grave error por parte del alto mando de la revolución.
Se debe descartar igualmente la hipótesis de que en algún momento también hizo carrera, de que la motivación del partido liberal para llevar la guerra al istmo era la de facilitar su escisión de Colombia con el fin de dar cumplimiento al viejo sueño de la reunificación de la Gran Colombia, acariciado por algunos caudillos de centro y sur América, incluyendo a los generales José Santos Celaya de Nicaragua, Eloy Alfaro del Ecuador, y Cipriano Castro de Venezuela.
Se puede concluir por lo tanto que la campaña liberal en Panamá no fue la causante directa de los sucesos que un año más tarde darían como resultado su separación de Colombia. Existieron otras causas a las cuales sí se puede atribuir el hecho.
La principal de ellas fue debilidad del gobierno del Presidente Marroquín, (causada entre otros motivos por la guerra que se había desarrollando en casi todo el país, no solamente por la campaña de Panamá en particular) y su incapacidad no solo para mantener el orden público en el departamento, sino para sentar una política de Estado, tendiente a buscar la unidad nacional y el apoyo internacional en la defensa de los intereses de la República.
Otra causa a la que puede atribuirse la separación de una parte del territorio nacional fue el abandono en el que los gobiernos centrales mantuvieron al departamento. En otras circunstancias, una población y una dirigencia local con un sólido sentido de pertenencia, se hubieran opuesto firmemente a las maniobras separatistas y a la intervención militar, y hubiera llevado a cabo un movimiento popular de rechazo, que utilizando además ofrecimientos como el que en su momento hizo el general Benjamín Herrera, de ponerse a órdenes del gobierno en defensa del país, hubiera llevado, si no a un improbable triunfo militar contra los Estados Unidos, al menos sí a un movimiento de resistencia civil, combinado con operaciones de guerrillas, que hubiera podido convocar la solidaridad internacional con Colombia contra la ocupación yanki.
Pero, por sobre todos los factores mencionados, estaba el hecho incontrovertible de que el control del istmo, la terminación de la construcción del canal, el control de éste y con ello de las rutas marítimas que por él cruzan, eran claramente una política del Estado y un propósito nacional para los Estados Unidos, potencia imperialista y en expansión, que estaba dispuesta a cumplirlo contra la voluntad de quien se opusiera.
Las solicitudes que elevó en múltiples ocasiones el gobierno conservador, el cual al finalizar la guerra se hallaba al borde del colapso económico, débil en lo político y más aún en lo militar, para que fuerzas norteamericanas le ayudaran a cumplir con su responsabilidad en el control del orden público, acarrearon como la más funesta consecuencia, el facilitarle a los Estados Unidos el zarpazo definitivo. La separación de Panamá y el control de istmo por parte de los Estados Unidos constituían un imperativo de su política exterior, y se hubieran dado en cualquier otra forma.
El “I took Panamá” estaba cantado desde mucho antes de que lo pronunciara el Presidente Roosevelt.