Nada hacía prever que en este día 26 de Mayo de 1956, se fuera a romper la rutina que por varios días de patrulla llevábamos en las costas de la Guajira. Nuestro buque la Fragata A.R.C. “ALMIRANTE BRION”, al mando del Sr. Capitán de Corbeta Aurelio Perico había sido destacada al área con la misión de interceptar un posible contrabando de armas. En la noche navegábamos en “zafarrancho de oscurecimiento” muy próximos a la costa y antes del amanecer nos retirábamos lo suficiente para no ser detectados por los pesqueros que solían salir al mar al amanecer, para iniciar sus faenas. Me había correspondido la Guardia en el C.I.C. de la medianoche a las cuatro de la mañana y mi última actividad había sido la de sugerir al Oficial de Guardia en el Puente de Combate Teniente de Corbeta Luis Alejandro Escamilla, el viraje par llevar la Unidad al área de ejercicios de tiro, ejercicio que indistintamente se realizaba en cualquier momento del día según la programación conocida solo por el Comandante y el Segundo, Teniente de Navío Gabriel O´byrne Pareja, ejercicios al que gustosos atendíamos no solo tratando de obtener en sana competencia, el mejor puntaje, sino porque siguiendo lo aprendido en la Guerra de Corea, las estaciones de combate para garantizar la permanencia en ellas durante largas horas, eran abastecidas con alimentos por el personal de servicios, en nuestras calurosas aguas, con una suculenta copa de helado con frutas en su jugo, de la cual cada quien, gustoso daba cuenta, sin descuidar sus labores y deberes. Al alba y al ocaso, todos los oficiales de cubierta tomábamos posición astronómica comparándola con la del Segundo, que se asumía como la oficial.
Después del desayuno, a las 08:30
estábamos las guardias disponibles en la cubierta en formación de la mañana para
repartir trabajos, cuando se alcanzó a escuchar un desgarrador grito de dolor
pidiendo auxilio. Eran las 08:45. Por formar mi División, la de
Comunicaciones, más próxima a la escotilla desde donde se había escuchado el
llamado, recibí instrucción del Jefe del Departamento de Operaciones Teniente de
Corbeta Noel Ardila Pinilla de investigar que pasaba. Bajé por la escotilla y al
llegar al pasillo ya pude escuchar los desgarradores pedidos de auxilio que
alguien emitía un poco más a proa. Rápidamente me acerqué y estupefacto pude ver
borbollones de sangre sobre mamparos y cubierta y a un marinero sin camisa que
infructuosamente con una sola mano, en forma desesperada golpeaba la puerta de
malla que daba acceso a la lavandería. Sin entender bien que pasaba, abrí la
puerta para socorrerlo y vi que le faltaba un brazo por donde emanaba la sangre
a borbotones. De inmediato se me
abrazó y al sentirse asido, perdió el conocimiento. Casi de inmediato llegó en mi ayuda el
Jefe de Radio, Jefe Técnico Jorge Barrera Larrarte. Entre los dos, empapados en
sangre, como pudimos, llevamos al herido hasta la enfermería situada más a proa,
donde ya estaba el enfermero Suboficial Jefe José del Carmen Garavito, hombre
muy experimentado y de una sangre fría excepcional. Sin mediar palabras su
primera acción fue aplicar una ampolleta de morfina al herido. Estas ampolletas
eran de fácil aplicación, diseñadas precisamente para ser colocadas a heridos
durante el combate. “Colóquenlo en la camilla boca abajo”, fueron sus primeras
palabras. Así lo hicimos y con horror por primera vez me di cuenta que al herido le faltaba a mas de su
brazo derecho, absolutamente toda la masa muscular de la espalda por ese
costado, dejando el pulmón al descubierto. No solo había perdido el brazo sino
que con este se había arrancado de tajo el músculo trapecio, situación que el
enfermero Garavito había detectado desde un principio.
Sudando intensamente, alcancé a sentir que el aire me faltaba y me invadió una aguda sensación de desvanecimiento. No sé como, pero alcancé a pensar que no podía por ningún motivo empeorar la situación y sacando fuerzas de donde no tenía, hice un gran esfuerzo, para continuar, serenarme y guardar calma y compostura. Nos miramos con el jefe Barrera a quien vi transfigurado, debería estar afrontando un trance similar. Tomé aire profundamente y nuevamente fueron las palabras del Jefe Garavito dándonos indicaciones de que hacer, la que nos volvieron a poner en una situación de colaboración, escuchando el “no me dejen morir” que en forma repetitiva, quizás ya no muy conciente por efecto de los sedativos, exclamaba continuamente el herido. A los muy pocos minutos se hizo presente el Capitán Perico y el Teniente O´byrne. Cuando creí que lo peor había pasado, atendí a quien con insistencia, golpeaba en la puerta de la enfermería. Era nuestro Contramaestre, el Jefe Técnico Crispiniano Henao, hombre muy fuerte, de comportamiento campechano, desabrochado y directo, de una excepcional experiencia marinera, un verdadero “lobo del mar”, respetado por todos y quien en forma muy merecida ya era toda una verdadera institución en nuestra Armada. Mi teniente “meta esto en la nevera”, me dijo y me fue entregando el brazo del que colgaba la masa muscular de la espalda. Lo había rescatado dentro de la centrífuga donde se produjo el accidente. En una sábana, envolví el brazo que lo vi transparente y lo sentí frío como el hielo. Lo guardé en la nevera, advirtiéndole del hecho a Garavito, quien nos dijo a Barrera y a mí, “ya han hecho suficiente muchas gracias, váyanse a bañar y cambiar de ropa”. Como agradecí estas palabras, ya no aguantaba más. Seguramente en estos hechos no transcurrió más de media hora, pero se me hizo una eternidad. “Eso sí mi Teniente, tráigame más morfina”, remató cuando ya salíamos. Su solicitud se debía a que por razones de seguridad y control, en la enfermería se guardaba solo una pequeña dosis de esta, mientras una cantidad importante se mantenía en la Caja Fuerte del buque, de la cual yo era responsable por ser Oficial Custodio como Oficial de Comunicaciones
Cuando salimos ya un grupo de
marinería lavaba afanosamente la sangre regada en todo el camino y en la
lavandería. El accidente ocurrió por una imprudencia de la víctima, el Marinero
Jaime Sánchez Castro. El buque contaba con una excelente lavandería, en donde se
lavaba a más de la ropa de trabajo de toda la tripulación, los tendidos de ropa
de cama, toallas etc. El servicio en la Lavandería era rotativo y semanal.
Ese día correspondía al de relevo y este se hacía previa revista del
Contramaestre quien era hombre sumamente estricto. Si el aseo y la presentación
de la dependencia, no era perfecto, el Contramaestre, solía sancionar, doblando
el servicio. Es decir una semana más en la lavandería. Sánchez, alistando su
dependencia, para limpiar la secadora centrífuga, tomó un pedazo de “waipe”
(trapo) con la mano derecha estiró el brazo y apoyando sobre él todo el
peso de su cuerpo, inició la
maquina con la izquierda, para que al girar el tambor, este se auto-limpiara.
Seguramente su intención fue arrancarla a muy baja velocidad, con tan
mala suerte, que por no ver los controles, operó el de máxima velocidad, 1500
RPM, velocidad a la cual la máquina aún giraba cuando Henao la detuvo
encontrando el brazo amputado dentro de ella. Maniobra absurda, para lo cual
debió hacer mucho esfuerzo, pues los controles estaban suficientemente separados
con toda clase de avisos de precaución, para evitar una operación errónea.
Cuando la máquina arrancó, el waipe enredó el brazo del tripulante y se produjo la amputación.
Reportado de inmediato el accidente al Comando de la Fuerza Naval del Atlántico en Cartagena, el buque recibió orden de dirigirse a Santa Marta para buscar apoyo hospitalario, por lo cual se colocaron en servicio las dos calderas y se pusieron las máquinas a su máxima revolución.
A los pocos minutos de haber salido de la enfermería, pero después de bañarme y cambiar de uniforme, recibí orden de establecer comunicación por fonía con Cartagena, en donde habían convocado una junta de médicos para guiar al enfermero en el tratamiento del herido. Así lo hicimos con el Jefe Barrera, con quien debimos regresar a la Enfermería para instalar un control remoto y desde allí conducir la conferencia con los médicos, la que se inició a las 09:47. Cuando regresamos a la enfermería, ya la dependencia había sido limpiada de sangre y el lógico desorden que habíamos dejado, ya estaba corregido. Junto al herido se encontraba nuestro Comandante el Capitán Perico, quien sentado a su lado trataba de animarlo, asiéndolo de su mano izquierda. El enfermero Garavito, había controlado el sangrado y sin descanso asistía clínicamente al herido. Los médicos encontraron acertado y correcto los procedimientos aplicados y dieron instrucciones precisas a seguir, tratando de evitar infecciones y de minimizar el daño pulmonar.
Es importante recalcar lo bien dotada tanto en instrumental como en medicamentos de la enfermería, fruto de los estándares que el buque aún conservaba de la guerra de Corea. Sin embargo, completamente sedado, los signos vitales de Sánchez comenzaban a debilitarse. Las conferencias con la junta médica de Cartagena, se continuaron cada hora. A las 20:00 horas, su estado ya era crítico, falleciendo a las 21:07, cuando ya se iniciaba la recalada al Puerto de Santa Marta. A las 22:54 con una brisa muy fuerte la unidad en una excelente maniobra sin contar con la asistencia de al remolcador, atracó en el muelle comercial.
El Capitán de Fragata Aureliano Castro se encontraba en el muelle con el médico legista y una ambulancia. El cuerpo del Marinero Sánchez fue llevado al Hospital donde fue embalsamado y regresado al buque.
A las 03:00 la Unidad zarpó con destino a Cartagena donde arribamos a las 11:00, siendo recibidos por el Señor Capitán de Fragata Orlando Lemaitre Torres, quien como siempre dio muestras de la inmensa sensibilidad que lo caracteriza y por lo cual ha gozado de la admiración y el aprecio de todos. A las 16:00 se iniciaron las honras fúnebres, con asistencia de las dos Guardias Francas, delegaciones de todas las unidades surtas en puerto y la familia Sánchez Garavito. Las palabras de despedida, le correspondieron al Señor Teniente de Corbeta Alberto Cruz quien con un sentido mensaje le dio el adiós.
Pocas horas mas tarde zarpábamos nuevamente para reasumir nuestro puesto de patrulla. Con dolor dejábamos para siempre un miembro de nuestra tripulación, pero veíamos con orgullo tener entre nosotros a un profesional excepcional, el Suboficial Jefe Enfermero José del Carmen Garavito.
Un mes más tarde, nuevamente tuvimos un accidente en el mar. En esta oportunidad accidentalmente se le disparó su pistola al Contramaestre Suboficial Jefe Crispiniano Henao hiriendo en una pierna a un tripulante. Por fortuna, este accidente no tuvo el dramatismo del anterior.