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Tanto el cuerpo de los vegetales como el de los animales, incluyendo el del hombre, contienen una gran proporción de agua. Todo organismo vivo incluye agua en su estructura. El agua procede del mar. La vida proviene del mar. ¡leamos sobre el mar!
En este resumen se pretende recalcar información, en forma amena y sencilla, que aumente el interés por el mar en sus múltiples facetas: como portentosa fuente de inspiración; como gala de grandeza y majestad de la naturaleza; como productor de las más hermosas mitologías desde los tiempos remotos y desde las fuentes de todas las culturas; como escaparate inacabable de bellezas; como origen y poseedor de una inmensa y deslumbrante flora y de una variadísima fauna; como misterioso guardián de secretos; como inspirador de mágicas fantasías, de sentimientos religiosos, de supersticioso temor, de gran respeto, de profundo reconocimiento por sus innumerables dones y beneficios, de profundo amor.
Planeta Acuático
Los océanos, conformados por grandes extensiones de agua salada, cubren las tres cuartas partes de la superficie de la Tierra.
Para los antiguos habitantes del planeta, el mar fue, durante cientos de años, un lugar impenetrable y hasta cierto punto hostil.
Según la tradición bíblica, Dios empleó barro para crear al hombre, y se supone que, a partir de esta creencia, se le dio el nombre de Tierra al planeta que habitamos.
A lo largo del tiempo, el hombre empezó a conocer el mar conforme se atrevía a realizar cortas navegaciones, motivado por afanes de aventura o por la necesidad de buscar alimento. Así comenzó también a darse cuenta de la verdadera dimensión de los océanos y, años después, descubrió que ocupan una mayor extensión en la Tierra que los continentes.
Lo anterior ha llevado a muchos pensadores a proponer que el nombre Tierra sea cambiado por el de Agua, Mar, Planeta Acuático u Oceanía. Sin embargo, dichas propuestas no han prosperado.
Gracias a la tecnología moderna se pueden apreciar mejor estas proporciones de agua y tierra en nuestro planeta, que ha sido observado desde los satélites artificiales. El comandante Frank Borman, cuando viajaban en la cápsula Apolo VIII, que se encontraba a 380000 kilómetros de distancia del globo, exclamó: "¡La Tierra parece una gema azul sobre seda negra!" Tal expresión se comprende, pues la escena que vio el astronauta estaba dominada por los océanos.
Los continentes, tierras que emergen por su altura, son sumamente pequeños en comparación con las profundas depresiones de la corteza terrestre, que son llenadas por las aguas océanicas. Se ha dicho que, en los abismos del Océano Pacífico occidental, el fondo del mar se aproxima al núcleo en fusión de nuestro planeta.
Cuando la Tierra se encontraba en formación y toda su materia estaba en estado cambiante, el mar la abarcaba en absoluto y no permitía que sobresaliera ninguna cumbre terrestre; sin embargo, cuando se presentaron fenómenos como las glaciaciones, las aguas se fueron concentrando hasta dejar superficies al descubierto donde quedaron las huellas del oleaje sobre las rocas, depósitos de agua salada y multitud de esqueletos y conchas.
Estos continentes emergidos de los mares han llegado a ocupar 139 millones de kilómetros cuadrados que, sumados a los 11 millones constituidos por las islas grandes —que tienen una longitud de más de 2 500 kilómetros— y los islotes de menor dimensión, alcanzan un total de 150 millones de kilómetros cuadrados, que representan el 30 por ciento de la superficie terrestre.
En cambio, los océanos, con profundidades mayores de 200 metros, abarcan 332 millones de kilómetros cuadrados, y el agua que se encuentra sobre la plataforma continental, considerada de cero a 200 metros, cubre 28 millones; o sea que el total de área cubierta por agua marina es de 360 millones de kilómetros cuadrados —de los 510 millones que conforman la totalidad del planeta—, que representan el 70 por ciento de la superficie de la Tierra.
Las aguas oceánicas tienen una
profundidad media de 4 kilómetros, y alcanzan hasta 11
kilómetros de profundidad en los grandes abismos del
Océano Pacífico, como la Fosa de las Marianas,
que tienen una profundidad de 11 034 metros y una longitud de 2 550
kilómetros, y cuya dimensión es superior a las
más altas montañas terrestres, como la del
Everest, que alcanza 8 800 metros.
El volumen de las tierras emergidas es inferior al de las sumergidas. Si los materiales de las montañas rellenaran los valles y los bajos niveles, la tierra firme alcanzaría solamente una altura uniforme de 700 metros. Si lo mismo sucediera con las tierras sumergidas, si todas ellas se situaran en un nivel uniforme, la profundidad de los mares sería de 3.5 kilómetros.
Si en este momento la superficie de la esfera terrestre se volviera plana y los hielos de los polos se licuaran, la Tierra quedaría totalmente cubierta por una masa de agua de 2.4 kilómetros de profundidad y a la cual se le ha dado el nombre de "nivel medio del planeta".
La distribución actual de la tierra
emergida y de los océanos no es regular, ya que, mientras
los continentes se adelgazan hacia el sur, los océanos se
ensanchan en ese mismo punto. Por lo tanto, los continentes se acumulan
principalmente en el Hemisferio Norte —ocupado por toda
Europa, una buena parte de África, toda Asia,
América del Norte, América Central y una parte de
América del Sur—, donde la proporción
de tierra es de 40 por ciento, contra 60 por ciento de mar. El
Hemisferio Sur, con 80 por ciento de agua, es en consecuencia
eminentemente océanico; el resto de las porciones
continentales, como Oceanía, la otra parte de
África y de América del Sur, así como
todo el Continente Antártico, ocupan sólo el 20
por ciento de dicho hemisferio.
Los continentes se extienden en dirección norte-sur, con una repartición de tierras y mares completamente irregular. En algunas áreas el mar avanza tierra adentro, semejando grandes laberintos, y en otras se han formado rosarios de islas, algunos de los cuales alcanzan grandes dimensiones, constituyendo los archipiélagos. En otros lugares, son las masas continentales las que invaden cientos de millas en el dominio océanico formando penínsulas.
Los factores utilizados para definir esa jerarquía son diversos. Entre ellos se pueden nombrar la proximidad de las costas, su aislamiento y su tamaño, así como la distribución y extensión geográfica de las plataformas continentales y de las regiones abisales. Esto permite hacer una primera diferenciación entre océanos y mares.
Los términos mar y océano se emplean a menudo como sinónimos para referirse a las extensiones de agua salada. Sin embargo, desde el punto de vista geográfico, un mar es una masa de agua sustancialmente menor que un océano.
Los "Siete Mares"
En la Antigüedad, antes de que se iniciaran las grandes travesías marítimas, se conocían siete superficies de agua. Convencidos de que no existían otras, los navegantes adoptaron la expresión Siete Mares, que se refiere a los mares conocidos por los mahometanos antes del siglo XV: el Mar Mediterráneo, el Mar Rojo, el Mar de África Occidental, el Mar Africano Oriental, el Mar de China, el Golfo Pérsico y el Océano Índico. Esa idea se mantuvo durante mucho tiempo, y comenzó a cambiar cuando se iniciaron las grandes expediciones oceánicas, que fueron descubriendo otras zonas que recibieron nuevos nombres.
Así se fue perdiendo el viejo concepto de los Siete Mares y, en la actualidad, según los datos aportados por la Oficina Hidrográfica Internacional, existen 54 mares distribuidos en cinco grandes océanos.
Los
océanos han sido divididos —de manera convencional
y utilizando un criterio geográfico que en realidad no
existe— en Océano Glacial Ártico,
Océano Atlántico, Océano
Pacífico, Océano Índico y
Océano Glacial Antártico.
Se
debe subrayar que el océano, considerado en su
conjunto, abarca toda la Tierra como un inmenso manto de agua
jamás interrumpido, aunque parecería que los
continentes también tratan de hacerlo, pues sus puntas
principales avanzan, como son, hacia el sur, el Cabo de Buena
Esperanza, en África; el Cabo de Hornos, en Chile, y
Tasmania, al sur de Australia; hacia el norte, el Cabo Chelyuskin, en
la Unión Soviética; el Cabo Norte, en Noruega, y
el Cabo Bathurst, en Canadá. Todas ellas reciben el nombre
de finisterres. Estas puntas son menos destacadas en la
región antártica, en donde las pocas que existen
se encuentran cubiertas por hielo, lo que las hace inaccesibles e
inhóspitas. En consecuencia, se puede decir que por todos
lados reina el majestuoso océano.
La continuidad del
océano sólo se ve ligeramente interrumpida por lo
cambiante de los climas, que van desde las temperaturas bajas e
implacables, que forman los hielos polares —paisajes
marmóreos de altas dimensiones—, hasta las
templadas de las regiones tropicales, en donde la calma
atmosférica deja tersa la superficie del océano,
que parece entonces un espejo.
Al desplazarnos desde los polos hacia el ecuador se va encontrando, sobre cualquier punto del océano que se observe, una gran variedad de climas que lo hacen cambiar de humor, volviéndolo cruel —cuando provoca enormes oleajes— o tierno y lánguido —cuando manifiesta una gran calma—, determinando que sean de diversas características la flora y la fauna que habitan en cada región del océano.
Sin embargo, estos cambios climáticos no son tan fuertes como en los continentes. El océano no tolera saltos bruscos de calor y frío; por ejemplo, la helada penumbra polar es sustituida lentamente por la cegadora luz tropical.
Lo anterior se puede comprobar si observamos que desde el Círculo Polar Antártico, lugar donde abundan los icebergs o hielos polares, hasta el Ecuador, existe una distancia de 6 600 kilómetros, y que, sin embargo, el aumento en calor es de sólo 30ºC.
Esta uniformidad climática permite que en las islas y en las zonas costeras bañadas por el océano exista una armonía bienhechora entre todos los seres vivos —vegetales, animales y el hombre mismo—, e incluso llega a caracterizar los climas de la tierra cuando se establece la relación océano-atmósfera.
Todo parece inconmensurable en el dominio oceánico. Por ejemplo, las regiones abisales superan en extensión a las plataformas continentales, que no ocupan más del 15 por ciento de la superficie total del fondo. Las costas están normalmente alejadas unas de otras, existen pocas islas, y las dimensiones de los océanos son amplias, como las del Atlántico, que forma una majestuosa avenida de 13 500 kilómetros de largo y 1 080 kilómetros de ancho, desde los mares polares del norte a los del sur.
En esta inmensidad oceánica se encuentran periodos muy largos de calma, pero también se hallan fuertes temporales, que maduran durante los procesos de acumulación de la energía que se produce en todo el planeta. Cuando los temporales llegan a estallar, se puede decir que el océano monta en cólera, tanto en la superficie como en el fondo. Estas perturbaciones reciben nombres muy variados: borrascas, ciclones, tifones, etcétera.
Como se observa, la actividad océanica está reglamentada por fuerzas sobre las cuales ningún poder humano es capaz de imponerse. Por eso se le ha calificado de Océano Rey.
Los mares son, por otra parte, porciones determinadas en los océanos; tienen dimensiones menores que éstos y, según sus características, han recibido diferentes nombres, aunque tal nomenclatura es completamente arbitraria y se utiliza indistintamente sin gran precisión. Sin embargo, los mares se pueden clasificar en tres grandes grupos:
Mares cerrados o interiores.
Se encuentran aislados de los océanos y de otros mares, por lo que están desligados completamente de la vida oceánica. No obstante, por la característica de sus aguas saladas se les considera mares. Su existencia es difícil y se mantiene gracias a los ríos que anfluyen a ellos; están sometidos, pues, a la variación de las crecientes, que les ofrecen su caudal. Su salinidad es muy variable: disminuye durante las lluvias, mientras que en época de secas se incrementa por la evaporación.
Algunos de estos mares llegan a quedar aislados en las altas mesetas continentales, como el Lago Salado de Utah, en Estados Unidos, y el Urmía, en los límites de Armenia, los cuales tienen poca profundidad, además de que sus aguas están situadas a altitudes de 100 metros sobre el nivel del mar.
En cambio, otros mares cerrados, como el Caspio, ubicado entre la Unión Soviética e Irán, y el Muerto, entre Jordania e Israel, tienen sus aguas bajo el nivel del mar —el primero a 26 metros, y el segundo a 394—, por lo que sus aguas se han transformado en grandes depósitos de sales de sodio, bromo y cloro, de tal manera que en sus orillas sólo se encuentra una vegetación muy escasa.
Mares litorales
Se
encuentran aislados en el borde de los océanos, formando
grandes escotaduras en los costados de los continentes. Sus
límites están definidos por puntas avanzadas de
las tierras que los rodean, y pueden estar subdivididos en
áreas caracterizadas por los accidentes costeros. Reciben el
nombre de golfos, bahías y ensenadas, entre otros. El
comportamiento de estos mares no es autónomo, pues
está determinado por el de los océanos, que los
somete a una perpetua servidumbre: les imponen sus mareas, sus calmas y
sus furias. También son influenciados por la tierra, que les
envía tempestades, así como el caudal de los
ríos.
Estos mares son más abundantes en el Hemisferio Norte, como el Mar del Norte, en Europa, y el Mar de Siberia Oriental, en la Unión Soviética.
Dentro de la categoría de los golfos, los cuales tienen una dimensión mayor a la de los mares litorales, se pueden citar algunos: el Golfo de California y el Golfo de México, en América; el Golfo Pérsico y el de Bengala, en Asia, y el Golfo de Guinea, en África.
Mares
continentales.
Poseen características singulares, ya que las tierras no los
han podido cerrar por completo. Además, como se encuentran
casi aislados, presentan regímenes de salinidad y
temperatura muy especiales. Uno de los mares continentales
más importantes es el Mediterráneo
—limitado por los continentes europeo y africano—,
que apenas hace contacto con el Océano Atlántico,
por el Estrecho de Gibraltar, formando un sistema, ya que contiene seis
diferentes "mares": el de Liguria, el Tirreno el Adriático,
el Jónico, el Egeo y el de Mármara, de modo que
uno puede navegar por varios meses en esas aguas sin aventurarse
siquiera en el océano.
Estos mares, aunque son poco influenciados por el océano, tienen largas épocas de calma —de seis meses de duración— que se ven interrumpidas repentinamente por tempestades de gran intensidad durante los otros seis meses del año.
Otros mares continentales más pequeños que el Mediterráneo son el Mar Rojo, limitado por África y Asia, y el Mar Negro, por Europa y Asia, en el que se encuentra el minúsculo Mar de Azov.
Resumen de "El gran libro de los océanos", Editorial Noguer, Barcelona 1972
Autores: JUAN LUIS CIFUENTES LEMUS / PILAR TORRES-GARCÍA / MARCELA FRÍAS M.
A los marinos de Colombia se dedican estos trabajos de investigación. Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un homenaje al pasado que como el mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo rememorar la historia, convirtiendo la pluma en espada, los argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.