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Fueron así dejados en libertad los
negros, de los cuales una parte, al igual que sus captores holandeses, quisieron
permanecer embarcados al lado de Misson. Junto con varios ingleses, se conformó
de tal suerte una tripulación harto extraña y heterogénea, que el capitán logró
hacer congeniar. Más trabajo le costó impedir que prorrumpieran en juramentos y
maldiciones, tan comunes a bordo. También esto es fuera de lo común en la vida
de los personajes que hoy nos ocupan. Una presa inglesa, bien artillada, había
sido puesta al mando de Caraccioli. Ambos buques doblaron el Cabo de las
Tormentas -
así llamado por Bartolomé Dias, su descubridor, en 1488, conocido luego
como de -Buena Esperanza- siguiendo la
ruta que Vasco da Gama había abierto dos siglos antes, en 1497-98, también en
demanda de Madagascar, y luego de las Comores. En esas tierras tuvo lugar
asimismo un exitoso intento de fraternización con ciertas parcialidades
indígenas-a cuyos integrantes tiempo después Rousseau llamaría "los buenos
salvajes"-, que llegó hasta el punto de tomar Misson por esposa nada menos que a
la reina de la isla de Anjouan. Caraccioli, por su parte, desposó a una
princesa. La dote para la reina difería de las corrientes: consistió, dadas las
circunstancias, en armas cortas y largas, que habrían de servir para sostener
una guerra contra la isla vecina de Moheli. Y aquí ocurrió otra muestra del
inusitado y humanitario carácter de Misson: los prisioneros tomados entonces
fueron devueltos a sus hogares. Quizás hubiera detrás de este gesto una sutil
política, la de no malquistarse tampoco, por las dudas, con los demás habitantes
del archipiélago. De todos modos, resuelto esto, se decidió la partida. Pero
como las noveles esposas se hallaban precisamente a bordo y rehusaron quedarse
en tierra, los noveles esposos no pudieron hacer otra cosa que llevarlas
consigo. Las reales damas fueron así testigos a la vez de un combate entablado
contra un navío portugués de potente artillería, que llevaba nada menos que seis
millones de libras de oro en polvo. Le tocó entonces a Caraccioli sufrir una
mala pasada que le jugó la suerte, pues perdió una pierna en el encuentro.
Numerosos piratas, pese a todo, estaban determinados a fundar la república ideal. Para ello se eligió la bahía de Diego Suárez, atractivo lugar situado en el extremo norte de la isla de Madagascar. Allí, pues, se instaló esta notable comunidad, con integrantes de costumbres, nacionalidades y religiones diferentes: piratas franceses, ingleses, portugueses, negros liberados, nativos de Comores, cristianos, mahometanos, etc., que se llamó "Libertalia". En tal paraje la violencia pareció por un tiempo no existir, salvo, naturalmente, en lo referente a los navíos que por razones de supervivencia era menester someter a pillaje. No había tampoco rey o presidente. Misson fue elegido "Conservador", y era tratado de "Alta Excelencia". Tal mandato, instituido con tres años de duración, implicaba castigar el vicio, según las leyes que habrían de establecerse, y premiar la virtud y el coraje. Caraccioli se reservó el cometido de Secretario de Estado; un inglés, Tew, fue nombrado Almirante. Se formó un consejo compuesto de integrantes idóneos, sin distinción de nacionalidad o color, encargado de elaborar las leyes. Y leyes hubo, numerosas, por cierto, adelantadas en un siglo, por su contenido, a las de la época; se llegó incluso a imprimirlas. ¡Piratas con imprenta! Las correrías se convirtieron en el principal objeto de los libertalianos, que dieron por resultado un incremento no solo de la flota sino de la población de la nación.
En nombre de la libertad ocurrieron raptos de mujeres y otros hechos de fuerza que hacían creer a la incipiente comunidad que era la dueña del mundo. Irónicamente, esa experiencia habría de llegar a su fin precisamente porque los "buenos salvajes" arremetieron contra la comunidad, la saquearon y destruyeron, sin importarles o sin enterarse de que ella fue la que les acordó un estado de igualdad. Otros piratas coadyuvaron a su fin; incluso el mar participó, arrebatando a Misson para guardarlo en su seno. El inglés Tew quedó afortunadamente como depositario de los manuscritos que aquél le había confiado, que un día fueron a parar a La Rochela, de donde se divulgó su contenido, el cual diríase tomado de la fantasía de un escritor, aunque tal es esta verdadera historia.
Cambio de
cauce:
La decadencia de la actividad de los piratas, corsarios y
bucaneros comienza a fines del siglo XVIII. Sigue entonces en vigencia la trata
de negros, y se materializan todas las actitudes que puedan imaginarse acerca
del desprecio por la vida y la condición del hombre. Los dominios españoles de
las Antillas y América Central, las colonias asiáticas y africanas de las
naciones europeas son los escenarios de un gigantesco cúmulo delictivo, según ya
se veía entonces. Piratería, antes que corso. De esta época datan algunos de los
nombres citados, que han aportado abundante material a los escritores y a los
productores cinematográficos, como anotábamos. Con el propio Río de la Plata se
asocian varios nombres en su historia:Drake y Cavendish en sus comienzos, luego
Fontane y finalmente el más célebre que asoló las costas de Rocha y Maldonado:
Étienne Moreau, que antes de dejar la vida en la zona de Castillos bastantes
dolores de cabeza había de dar a Zabala. En el siglo XIX, los esfuerzos de
algunas naciones, particularmente Inglaterra, Francia y Estados Unidos, lograron
prácticamente abolir la piratería; el corso, del que se sirvió también nuestro
Artigas en su momento, tenía otra finalidad. Gradualmente los gobiernos fueron
reconociendo que la piratería constituía un delito internacional, e hicieron
esfuerzos por desterrarla. Entrado el siglo XX, quedan aún sectores afectados
por ella: los mares del sur de la China son su teatro de operaciones entonces.
Siguen existiendo mercenarios; también se incluye a algunos buques de guerra
entre los corsarios contemporáneos. Modernamente, la delincuencia internacional
ha tomado otros cauces, de raíz sobre todo política: el terrorismo ha inaugurado
el secuestro de aeronaves y de buques, planteando un problema que no ha hallado
todavía solución. Las facetas trágicas de los hechos actuales, los tremendos
avances de la tecnología que los hacen posibles como hasta hace poco no se
hubieran imaginado, llenan de angustia el espíritu. Los tiempos de la piratería
clásica, que vemos ahora desde lejos, han quedado, sin duda, atrás; su realidad
luctuosa queda en la bruma; recordamos más bien lo heroico, lo pintoresco, lo
atrevido de la aventura: en una palabra, ya no navegan los majestuosos galeones
trayendo el oro de las Indias, ya no están Morgan o el Corsario Negro, rodeados
de su romántica aureola, al acecho de su presa o a la espera de su venganza.
MUJERES PIRATAS
Grace
O'Malley:
Irlandesa llamada "Graine Mhaol" por llevar el cabello corto.
Era miembro de una famosa familia de ladrones marinos irlandeses. Se casó con
dos de los más importantes jefes de clanes del Oeste de Irlanda. Su base estaba
situada en la isla Clare en Clew Bay. Renunció a la piratería en 1586 y recibió
el perdón de la reina Elizabeth.
Ann Bonny:
Hija
ilegítima de un importante abogado irlandés, William Cormac y de la criada de la
familia, Mary Brennan. En 1698 después del
escándalo, sus padres marcharon a Charleston donde su padre ejerció como
abogado y se convirtió en un rico comerciante. El temperamento de Ann era bien
conocido y se cuenta que apuñaló a una chica con un cuchillo de carnicero.
Contrajo matrimonio con James Bonny, un cazador sin fortuna quien la llevó a las
Bahamas como pirata después de que su padre las desheredara. James se convirtió
en un informador del gobernador Woodes Rogers en su lucha contra los piratas.
Ann le abandonó por John "Calico Jack" Rackham que había abandonado la piratería
tras un perdón real. Jack le compraba regalos y le instó a abandonar a su marido
por él. James recurrió al gobernador para retenerla. Ann y Jack decidieron huir
y volver a la piratería. Calico Jack dejó a Ann en Cuba en compañía de unos
amigos para dar a luz a su hijo y se reunieron de nuevo en el mar dejando a su
hijo al cuidado de unos amigos en Cuba. Ann vestía ropas masculinas, era experta
en el manejo de pistolas y machete y era considerada tan peligrosa como
cualquier pirata masculino. Jack acogía a marineros de barcos capturados como
tripulación forzosa para sus barcos. Un joven marinero capturado llamado Mark
Read resultó ser una joven inglesa llamada realmente Mary Read. Rackhan permitió
a Mary continuar con su disfraz y unirse al grupo.
Mary Read
(1684-1721):
Era hija ilegítima y su madre la vistió de chico para que un
día pudiera ser su heredera, haciéndola pasar ante sus familiares como su hijo
que había fallecido. Entró al servicio del rey como grumete y sirvió más tarde
en la infantería y como dragoon en la Guerra de la Sucesión española. Se enamoró
de un compañero de tienda y marcharon a Holanda en 1698. Después de la muerte
por fiebres de su marido volvió a vestirse de hombre y se enroló como marinero
en un barco holandés. En 1709 Mary Read y otras mujeres escribieron una carta a
la reina Ana de Inglaterra suplicando el perdón para sus maridos. El suyo estaba
prisionero en Inglaterra. Su marido fue ahorcado y ella volvió a enrolarse.
Tenía 25 años. En octubre de 1720 su barco fue atacado por los británicos
mientras los piratas estaban borrachos. Mary se enfrentó a los piratas matando a
uno mientras gritaba que se levantaran y lucharan como hombres.
En Jamaica fueron todos sentenciados
a muerte pero ambas mujeres estaban embarazadas y pidieron al juez posponer su
ejecución hasta después de dar a luz. Calico Jack Rackham fue sentenciado el 17
de noviembre de 1720. El amante de Mary fue declarado tripulante forzoso y
perdonado. Mary murió de fiebres en prisión el 28 de abril de 1721, antes de que
su hijo pudiera nacer. Tenía 37 años. Ann tuvo a su hijo y no hay evidencias de
su ejecución. Se dice que su rico padre compró su liberación y que se casó y
estableció en Virginia.
Otras mujeres piratas fueron Ching Shih, reina de
los piratas chinos, que tomó a su cargo la flota de su marido después de que
éste resultase muerto por un tifón en 1807, Charlotte de Berry, inglesa, Fanny
Campbell de Massachusetts y Ann Mills.
La piratería en
Canarias:
El descubrimiento de América y la penetración europea
hacia el Indico a través de la costa occidental africana convierten a las
Canarias en una encrucijada de las rutas marítimas. Apenas avanzado el s. XVI
comienza el tráfico naval entre las colonias españolas y la metrópoli. Los
barcos regresaban cargados de tesoros y especias, y sus rutas tenían que pasar
forzosamente entre las Azores y Canarias; de esta forma, los mares de las islas
son lugares de espera para las flotillas piratas. La piratería en aguas de
Canarias empieza en el primer tercio del s. XVI, toma inusitada actividad hacia
su final, y continúa durante todo el s. XVII y XVIII, hasta su ocaso en la
primera década del s. XIX.
Piratas holandeses y
berberiscos:
Al llegar el s. XVII, son también los holandeses los que
protagonizan episodios piráticos en Canarias; sus objetivos, aparte del móvil
del botín, son políticos y bélicos. A este respecto, el holandés Pieter van der
Does comanda contra Las Palmas de Gran Canaria (1599) la operación más
formidable de todos los tiempos, resultado de la cual fue la ocupación, saqueo e
incendio de la ciudad. En esta incursión, atacó también, San Sebastián de La
Gomera, y Santa Cruz de la Palma. Los berberiscos azotaban las islas desde los
tiempos de la conquista, quizás como réplica a las incursiones punitivas que
nobles y militares españoles de Canarias hacían en sus costas de Africa. En el
s. XVII arrecian las expediciones berberiscas sobre las islas; son las
orientales las que más sufren las consecuencias y los moriscos residentes en
éstas, que vivían como esclavos, facilitan a sus hermanos piratas el rastreo de
tesoros. San Sebastián de La Gomera fue otro de los puertos que soportó los
ataques y saqueos de estos corsarios. Alcanzaron renombre por sus fechorías los
apodados en las islas por "El Turquillo" y "Cachidiablo".
Relaciones entre piratas y
comerciantes:
Durante los siglos XVI, XVII y XVIII el contacto de los
piratas con el mundo de los negocios fue muy estrecho; se formaron sociedades
para financiar expediciones. Por otra parte, la acción de los piratas se fue
modificando de acuerdo con los adelantos técnicos; la primitiva técnica del
abordaje fue abandonada al armarse los barcos con cañones; el negocio del mar
requirió mayores inversiones, de ahí que los capitanes de los barcos estuviesen
muy ligados con los comerciantes de especias de Amsterdam o Londres, con los
banqueros italianos o con los comerciantes de Liverpool; las expediciones
requirieron una organización más compleja; los barcos mercantes fueron
transformados para el ejercicio de la piratería.
El tratado de Ryswick (1697) entre las potencias coloniales trasladó la piratería de Hispanoamérica a América del N y, sobre todo, al continente asiático (mar Rojo y costa de Malabar); fueron los funcionarios de la Compañía de Indias quienes iniciaron en contra de los neerlandeses, las acciones piráticas en el océano Indico con base en Madagascar. Pero el fin de la piratería occidental estaba próximo. En el siglo XIX sólo perduraron algunos piratas aislados en ciertas costas de Africa, golfo Pérsico, China y Polinesia. El desarrollo industrial y la máquina de vapor, hicieron las empresas muy costosas y arriesgadas; la piratería se vio impotente ante el avance técnico de los medios de comunicación y la organización defensiva de las marinas de guerra del mundo.
Consecuencias de la
piratería:
Los ataques piratas a villas y puertos con fines de capturar
tesoros o apoderarse de víveres y vinos se traducen en incendios, saqueos y
muertes; ello obliga a militarizar las islas con las consiguientes cargas sobre
la población, y como medida de precaución, las villas y poblados se asientan en
lugares no visibles desde la costa. Por otro lado, muchos archivos y obras de
arte desaparecen por los incendios, provocados por los corsarios. Sin embargo no
siempre las escuadras piratas venían en son de rapiña. Muchas veces lo hacían
con la finalidad de practicar el contrabando con los naturales isleños; ciertos
magnates canarios debieron su fortuna a este comercio clandestino con los
piratas a lo que las autoridades hacían la vista gorda. La cuestión era
sobrevivir en un espacio insular a medio camino entre las colonias americanas y
la metrópoli española. Otras veces, los ataques tenían sencillamente
motivaciones políticas.
Resumen extraído y traducido
del libro " Pirates" de Roberto Puig