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![]() Marqués Luigi Durand de la
Penne
-Único oficial naval
condecorado por sus enemigos- | ||
A las nueve cuarenta y
cinco de la noche del 19 de diciembre de 1941, seis cabezas brotaron en la
tranquila superficie del Mediterráneo, bañada por la luna, precisamente
afuera de la bahía de Alejandría, Egipto. Aquellos seis hombres no estaban
nadando. Iban jinetes, es decir, a horcajadas sobre tres torpedos de unos
seis metros de largo. Eran italianos. Sus intenciones eran penetrar a la
bahía sin ser observados y hundir los restos de la mermada flota inglesa
del Mediterráneo, específicamente a los barcos de guerra Valiant y Queen
Elizabeth.
Su historia, desarrollada en el mismo
teatro de la guerra que la expedición de Geoffrey Keyes, es al mismo
tiempo una historia triunfante y un bello contrapunto en lo que se refiere
al valor y osadía de un pequeño grupo, ya que el Eje también tuvo hombres
que también se burlaban de los aspectos formales de las guerras
modernas.
Conducidos por el teniente y Marqués
Luigi Durand de la Penne, los seis italianos usando una nueva clase de
equipo ligero submarino, abandonaron su submarino nodriza por una abertura
de escape situada debajo de la línea de flotación. En grupos de dos, en
realidad "jinetearon" sus torpedos de baja velocidad, especialmente
adaptados, a través de los campos de minas, tanto de superficie como
submarinas. Cerca del muelle de Alejandría se vieron obligados a
sumergirse profundamente, ya que una patrulla británica arrojaba
sistemáticamente bombas de profundidad.
Cerca de la media noche, fue levantada
la red antisubmarinos para dar paso a un escuadrón de destroyers
británicos. Desde una profundidad de diez metros, los tres grupos de
torpedos humanos, jinetes en sus mortales "caballos" siguieron a las
batientes hélices hasta el interior de la misma
bahía.
En las primeras horas de la madrugada,
trabajando furiosamente y casi ahogándose en las negras y lóbregas aguas
del anclaje británico, los italianos lograron su propósito, a pesar de la
vigilancia de las patrullas que cruzaban la superficie. Poco después de
las 6 a. m., el capitán, posteriormente vicealmirante, Charles Morgan, del
Valiant fue arrojado sobre cubierta por una violenta explosión. El buque
de guerra se hundió bajo sus pies hasta el bajo fondo de la bahía. Unos
cuantos minutos más tarde lo siguió el Queen Elizabeth, en tanto que un
enorme barco tanque inglés, que estaba anclado cerca, volaba en pedazos e
iluminaba la escena con sus despojos en llamas.
Rara vez en la guerra moderna el
victorioso se encuentra con el vencido cara a cara en el momento de su
triunfo; sin embargo, Luigi de la Penne fue hecho prisionero a bordo del
Valiant. El capitán Morgan, cuando su barco se hundía, se volvió al
italiano y le dijo quedamente: "Se ha anotado una victoria
fantástica".
* * *
Es probable que nunca antes en la
historia (parafraseando a Churchill), una armada ha debido tanto a tan
pocos, corno en el caso de la armada italiana a su Décima Flotilla Ligera,
único y pequeño compacto grupo de entusiastas de los botes a motor y del
buceo. La Décima, que nunca llegó a contar más de cien hombres, se anotó
la mayor parte de las victorias navales italianas durante la Segunda
Guerra Mundial. Fue el triunfo del valor puro y del poder de la voluntad
de los hombres contra los barcos, más que el triunfo de barcos contra
barcos.
Desde el día en que el primer navío
izó en su mástil la bandera de la Italia Unida en 1861, la marina italiana
había vivido a la sombra de la Real Armada Británica. Los marinos
italianos lo admitían libremente.
-Padecemos un irrazonable complejo de
inferioridad -comentaban-, los cañones ingleses son más precisos y de más
alcance, sus barcos son más rápidos y más fáciles de maniobrar, sus
comandantes más decididos y conocedores.
La jactancia "Mare Nostrum" de
Mussolini acerca del Mediterráneo era pura bravata para la marina italiana
en tanto que los ingleses poseyeran Gibraltar, Malta, Alejandría y Chipre.
Para 1940, aquel complejo de inferioridad se había convertido en
parálisis; los almirantes italianos recurrían a cualquier extremo con tal
de evitar combates con la Real Armada, aun cuando las oportunidades se
inclinaran fuertemente a su favor.
Muchos
oficiales aislados de la marina italiana protestaban calladamente, es
cierto, contra esta habitual inacción, que equivalía casi a miedo. Pero
estaban adecuadamente disciplinados. Unos cuantos individuos osados entre
los oficiales de menor categoría principió entonces a pensar en armas más
pequeñas, que la Supermarina (Cuartel General Naval Italiano) podría
encontrarse dispuesta a arriesgar contra el enemigo.
Los rápidos botes a motor constituían
una solución. En la Primera Guerra Mundial la marina italiana había
logrado un éxito considerable contra la armada Austro-Húngara a lo largo
de la costa dálmata con unidades pequeñas, hundiendo un total de tres
cruceros de batalla. Al mismo tiempo se había alcanzado un considerable
progreso técnico; a bote a motor equipado con rodada de oruga para trepar
sobre las rocas había entrado en acción precisamente al final de la
guerra.
Pero también había otras líneas de
pensamiento. Desde octubre de 1935, dos tenientes ingenieros de la base
para submarinos de La Spezia, Teseo Tesei y Elios Toschi, principiaron a
trabajar con torpedos. Torpedos de una clase muy especial que fueron
puestos en plena operación en los primeros días de la guerra. Si la Armada
Británica no podía ser atacada en acciones de superficie en pleno
Mediterráneo, quizá podría ser atacada y hundida cuando se encontrara
inmóvil y confiada en sus protegidas bahías.
¿Pero cómo? ¿Con acciones? Las
múltiples defensas reducían su efectividad. ¿Submarinos? Las minas, redes
y pocas profundidades de las bahías ya hacía mucho que los habían
nulificado. Sin embargo, tal vez un torpedo, guiado por manos humanas,
podría burlar todas las defensas sin ser visto, en una noche
oscura...
A primera vista la idea era tan
descabellada como la de que un hombre domara y montara un tiburón. Y sin
embargo, ¿porqué no? Disminuyendo la velocidad del torpedo para
proporcionarle mayor maniobrabilidad, montando un piloto en él sobre unos
estribos, y adaptándole mandos manuales en vez de los preajustados, y el
piloto con equipo de buceo...
Pero, ¿que pasaría con este piloto
humano? Concediendo que la nueva arma pudiera ser guiada con éxito hacia
su blanco -y ya era conceder bastante- ¿qué sucedería con el hombre que lo
montara cuando el torpedo se incrustara con un terrible impacto en el
casco de un barco?
Tesei y Toschi nunca pensaron en la
posibilidad de un escuadrón suicida, aun cuando los sentimientos casi
fanáticos de Tesei en cuanto a la guerra, de hecho lo condujeran en
aquella dirección, como se verá más tarde. Casi desde el principio se
pensó en el torpedo mismo como medio de transporte para el piloto humano y
para el explosivo, el cual se fijaría en el fondo de algún barco y se
haría explotar una vez que el piloto hubiera logrado ponerse a
salvo.
Trabajando en su tiempo libre, los dos
hombres trazaron los planos del nuevo torpedo y los sometieron a la
consideración del ministerio naval. Para su sorpresa, los planos fueron
rápidamente aprobados y se pidieron dos modelos. Sin embargo, Tesei y
Toschi no fueron relevados de sus obligaciones normales, y los torpedos se
construyeron bajo la supervisión de los dos inventores, y de los mecánicos
de La Spezia en su propio tiempo de trabajo. El dinero estaba tan escaso'
que los motores de los torpedos tuvieron que adaptarse de dos viejos
motores de elevador.
A principios de 1936, se terminaron y
probaron oficialmente los dos modelos. Los informes eran favorables, pero
el papeleo demoró la producción uno y otro mes. Se le dio una prioridad
baja al nuevo torpedo; finalmente, en la complacencia que siguió a la
guerra de Etiopía, fue abandonado.
Sin embargo, a fines de 1938, a medida
que la guerra contra los ingleses tomaba aspectos más reales, un
comandante naval, de nombre Paolo Aloisi recibió instrucciones de revisar
nuevamente el asunto de los torpedos humanos. Trabajando con los dos
inventores, ayudó a revisar los planos, y en julio de 1939, en vísperas de
la guerra, se fabricaron doce "Torpedos de Baja Velocidad" o "pígs"
(puercos), como los nombraron los hombres que los
tripulaban.
![]() HMS Queen
Elizabeth
A principios de 1940, siete oficiales
se unieron a Tesei, Toschi y Aloisi para crear la Primera Flotilla Ligera.
Entre esos siete estaba el teniente De la Penne, un elevado (para ser
italiano) y joven oficial de la reserva, de pelo ondulado, procedente de
Liguria, que hablaba con ligero acento. De la Penne, que ocultaba una
intensa fuerza interior con unos modales externos despreocupados, pronto
se encontró formando parte del círculo más íntimo del
comando.
El "pig" fue sumamente modificado como
resultado de las pruebas prácticas a que fue sometido por la flotilla. El
diseño básico resultante era de aproximadamente siete metros de largo por
medio metro de diámetro. Dos hombres lo tripulaban en su parte media,
sobre estribos, el piloto al frente protegido por un parabrisas de
plástico. La velocidad máxima del torpedo era de 4.6 kilómetros por hora,
su radio de acción de dieciséis kilómetros y su profundidad de inmersión
limitada a treinta metros, (pero con frecuencia
excedida).
El torpedo se sumergía y tornaba a la
superficie por medio de flotadores o vaciando un pequeño tanque por medio
de bombas eléctricas. La propulsión era a base de un acumulador con una
capacidad de sesenta volts. Los controles eran luminosos y podían leerse
de noche bajo la superficie. La cápsula explosiva del "pig" era de metro y
medio de longitud y contenía trescientos kilos de TNT, y se desprendía del
torpedo por medio de un sencillo mecanismo de embrague. El demás equipo
incluía cortaredes, un ingenioso mecanismo a base de aire comprimido para
levantar redes, ganchos para la quilla de los barcos y un gran carrete de
cable.
Tanto el piloto como su ayudante
usaban trajes de buzo de hule que los cubrían totalmente, excepto las
manos y la cara. Sus máscaras no se diferenciaban gran cosa de las que se
usan en la actualidad, alimentadas por botellas que contenían oxígeno a
alta presión, para una duración de seis horas. La exhalación se practicaba
a través del mismo tubo a un depósito de cristales de cal sádica para la
absorción del bióxido de carbono.
Para el 10 de
junio de 1940, cuando ltalia declaró la guerra a Francia y a la Gran
Bretaña, los "pigs" no entraban aún en la producción en masa. No obstante,
la flotilla decidió utilizar inmediatamente sus doce torpedos de
entrenamiento, viejos como estaban, contra el enemigo. Dos barcos de
guerra y un portaaviones ingleses se encontraban en el puerto de
Alejandría. Serían atacados y hundidos al salir la luna la noche del 25 de
agosto.
Todos los hombres de la flotilla se
ofrecieron como voluntarios para esta primera misión. Cuatro tripulaciones
salieron en el submarino Iride, entre ellos De la Penne. En la madrugada
del 22 de agosto el submarino se reunió con un barco tanque y con una
motonave en una apartada bahía al oeste de Tobruk, Libia, que llevaba a un
almirante y a los cuatro "pigs". Se ensayaron las tácticas con gran lujo
de detalles para beneficio del almirante, las que fueron interrumpidas por
un avión de reconocimiento enemigo que volaba a poca altura sobre la
bahía. Tanto el barco como el submarino lo recibieron con fuego antiaéreo,
pero el avión logró escapar.
El motivo por el que el Iride no tomó
a los "pigs" a bordo y buscó la seguridad del mar inmediatamente, no está
claro hasta la fecha. De hecho nada se hizo. A las 11.30 a. m. tres
aviones torpederos británicos se presentaron rugiendo sin previo aviso.
Volaban bajo, rozando las olas, y a cincuenta metros de distancia cayeron
de sus vientres los torpedos ingleses. Dos de ellos f fallaron y se
enterraron sin explotar en el bajo fondo de la bahía. El tercer torpedo
dio directamente en medio del submarino que se encontraba en la
superficie. Le hizo un enorme agujero. El Iride se hundió en menos de un
minuto salvándose sólo una parte de su
tripulación.
![]() HMS
Valiant
Sin embargo, afortunadamente había
bastantes buzos entrenados en el sitio para las labores de rescate. Las
cuatro tripulaciones de los "pigs" se enfundaron apresuradamente sus
equipos y se hundieron hasta el submarino que yacía a quince metros de
profundidad en el fondo de la bahía. Golpeando el casco determinaron que
se encontraban vivos nueve marineros en el compartimiento delantero de
torpedos y que la salida de escape estaba
trabada.
Durante veinte largas horas los ocho
buzos trabajaron hasta casi quedar exhaustos, en tanto el oxígeno se
agotaba lentamente en el submarino. Al fin, un poco antes del amanecer del
día siguiente, se despejó la abertura de escape, mediante un poderoso
esfuerzo conjunto de los buzos. En ese momento, los hombres del submarino
casi enloquecieron de pánico ante la orden de que inundaran su
compartimiento y que ganaran la salida a nado. Varios de ellos no sabían
nadar. Se negaron a inundar el compartimiento.
Finalmente, el almirante ordenó que se
transmitiera un mensaje golpeando el casco: "Inunden el compartimiento o
los abandonamos".
Una poderosa explosión de burbujas que
se observó a los pocos minutos sobre la superficie del mar indicó que la
orden había sido obedecida. Uno a uno, ocho de los marinos atrapados
salieron a la superficie y fueron halados a bordo de la motonave. El
noveno hombre permaneció abajo en una pequeña bolsa de aire que pronto se
agotaría; claramente se había vuelto loco, no sabía nadar, y amenazaba
matar a cualquier miembro de la tripulación que lo obligara a salir por la
inundada cámara de escape.
La paciencia del almirante se había
agotado. Ordenó que aquel hombre fuera abandonado. Corno el héroe de un
libro de cuentos (y en cierta forma así lo era), De la Penne pidió hablar
con el almirante.
- Déme la oportunidad de bajar y
traerlo -pidió.
De la Penne descendió y con gran
riesgo de su vida entró por la abertura de escape y encontró a su hombre.
Como se suponía, estaba enloquecido. Los dos hombres lucharon con sus
cabezas juntas en la única burbuja de oxígeno que quedaba en el hundido
submarino. El marino le arrancó su aparato para respirar. De la Penne
trató de volvérselo a colocar. El marinero trató de ahogarlo. De la Penne
lo dejó sin conocimiento después de una ruda lucha, y con la última
bocanada de aire ya viciado inició su regreso a la abertura y hacia la
superficie, remolcando al tripulante del
submarino.
Fue izado por sus camaradas y el
almirante con aire voluble le prometió una medalla. Sin embargo, las
felicitaciones se vieron enfriadas por el descorazonador hecho de que, sin
submarino, había fracasado la misión en Alejandría, antes de que hubiera
empezado.
* * *
De regreso en La Spezia, la flotilla
principió a planear un segundo y más ambicioso asalto. Este sería un
ataque de doble efecto: la noche del 29 de septiembre, los "pigs" iban a
arrastrarse dentro de los puertos de Alejandría y Gibraltar. En una sola
noche de trabajo toda la flota británica podría ser aniquilada. Las
tripulaciones se mostraban sumamente entusiastas. Esta vez no habría
equivocaciones.
El 28 de septiembre, el submarino
Gondor se encontraba sumergido a poca distancia al oeste de la bahía de
Alejandría. Comenzaron a llegar malas noticias. El reconocimiento aéreo
demostraba que la flota británica había salido de Alejandría hacía sólo
unas horas. El Gondor y su tripulación de torpedos humanos, Henos de
abatimiento, hicieron rumbo a su puerto.
Navegando
sobre la superficie, el submarino se vio obligado al siguiente día a
sumergirse rápidamente al aparecer sobre el horizonte unas unidades
navales enemigas. Desgraciadamente había sido descubierto.
El submarino permaneció inmóvil en
tanto las cargas de profundidad explotaban sordamente a su alrededor.
Irónicamente, las naves británicas que lanzaban sus bombas en cuidadosos
diseños sobre la superficie eran los destructores que servían de escolta a
los mismos barcos de guerra que el Gondor había ido a destruir a
Alejandría. Y estos detroyers no cejaban. Una hora después una carga de
profundidad abrió las costuras del submarino. Este salió rápidamente a la
superficie. Parte de los marineros corrió hacia las escaleras y saltó al
mar antes de que se hundiera, siendo recogidos por un destructor
británico. Entre éstos se encontraba Toschi, el coinventor del "pig", y
Brunetti, comandante tanto del Gondor como del Iride, hombre carente por
completo de suerte. Así fracasó, en forma todavía más desastrosa, la
segunda expedición sobre Alejandría.
* * *
De la Penne había sido más afortunado,
por lo menos había salvado su vida y su libertad. Aun cuando había
protestado ruidosamente, fue retirado del asalto a Alejandría y designado
al asalto gemelo sobre Gibraltar. El submarino Scire, comandado por el
príncipe Valerio Borghese, salió de La Spezia el día 24 con tres
dotaciones, incluyendo a De la Penne. En la mañana del día 29, un mensaje
en clave emitido de Roma les hizo saber que las unidades británicas de
Gibraltar, lo mismo que las de Alejandría, habían abandonado su base. Se
encontraba sólo a ochenta kilómetros de su objetivo cuando el Scíre
abandonó el ataque. A diferencia del Gondor, llegó a puerto
seguro.
A pesar de las súplicas de De la
Penne, no se hicieron más intentos de ataque sobre Alejandría. Era contra
las miras del teniente: la caza mayor -portaaviones y cruceros-, digna de
cazarse se encontraba anclada en Alejandría, Gibraltar contenía sólo
unidades menores y barcos mercantes. De la Penne era romántico. Le parecía
un poco menos agradable arriesgar su vida hundiendo un sucio carguero de
Glasgow.
A diferencia de muchos oficiales
italianos De la Penne sazonaba sus inclinaciones dramáticas con cierto
toque de realismo. No había nada dramático en el fracaso, y los dos
asaltos contra aquel puerto egipcio habían fracasado. Hasta ahora los
"pígs" no se habían probado en verdaderas condiciones de batalla. Existía
mucho que podría salir equivocado, y en Gibraltar los pilotos de los
torpedos por lo menos habrían tenido oportunidad de regresar a España con
información para modificar los torpedos. Hubieran sido internados por el
técnicamente neutral Franco y pocas semanas después se les permitiría
discretamente "escapar" hacia donde se encontrarla un avión italiano
aguardando.
Por otra parte, Alejandría constituía
un viaje en un solo sentido. Era poco probable escapar del Egipto dominado
por los ingleses. Unos pequeños aparatos de radio de onda corta que
guiaran a los "pigs" de regreso al submarino nodriza, se habían probado en
la Spezia durante los primeros días, pero se encontró que no eran de
confianza; junto con la dificultad de manejar el torpedo ya desprovisto de
su cápsula explosiva, los mismos pilotos habían solicitado que fueran
considerados costosos. Toda la energía tenía que encaminarse hacia el
éxito de la misión.
* * *
![]() Maiale, Siluri de
Lenta Corsa
Los fracasos perseguían como sombra a
la flotilla. El 21 de octubre de 1940, nuevamente salió de La Spezia el
Scire haciendo rumbo hacia Gibraltar, nuevamente bajo el mando de
Borghese. Lejos de poder compararse a un dilettante, Borghese era un
experto marino y un jefe nato. Frente a Gibraltar, se arrastró sumergido
en corrientes en extremo peligrosas sólo a un millar de metros de la
entrada de la bahía de Gibraltar a plena luz del
día.
En esta ocasión no hubo mensajes
procedentes de Roma, el asalto estaba en
marcha.
El Scire había permanecido sumergido
durante cuarenta horas a medida que Borghese se aproximaba a Gibraltar y
se movía lentamente al entrar a la bahía, descansando de tiempo en tiempo
en el fondo, escuchando a las patrullas y luego continuando su marcha
hacia adelante. Un poco después del oscurecer el submarino se dirigió
cautelosamente al puerto español de Algeciras, todavía a la vista del
enemigo. Fue un triunfo de la navegación a ciegas. A la 1: 30 a. m., con
su tripulación casi sin conocimiento por la falta de oxígeno en el viejo
Scire, Borghese salió a la superficie.
Conducidos por Tesei, las tres
dotaciones partieron con intervalos de dos minutos en sus respectivos
''pigs''. El compañero de De la Penne en esta misión y en otras
posteriores era un rudo y macizo pescador que se hallaba tan a gusto en el
agua como si allí hubiera nacido, era el oficial subalterno de buceo,
Emilio Bianchi. Fueron los terceros en salir.
Todo iba bien. De la Penne y Bianchi
viajaban parcialmente sumergidos, con sólo sus cabezas fuera del agua por
necesidades de la navegación, pero respirando oxígeno para el caso que se
hiciera necesaria una inmersión rápida. El torpedo que tenían debajo
palpitaba suave y regularmente. Los dos pilotos se habían encargado de
revisarlo personalmente después que los mecánicos terminaron con
él.
La distancia a Gibraltar no era mucha,
pero una brillante luna rielaba sobre la bahía. De la Penne estaba
preocupado por la estela que dejaban y redujo a la mitad la velocidad del
torpedo. De pronto se escuchó el ruido de una lancha de motor y observaron
el reflector de una patrulla antisubmarina que los buscaba. De la Penne
tiró apresuradamente de la palanca de
inmersión.
A unos cinco metros de profundidad
volvió a nivelar. Allí todo era negrura, pero el torpedo continuaba
funcionando. Sin embargo, de pronto sintieron una leve explosión en el
motor. El ''pig'' inclinó la cabeza y se precipitó al fondo de la bahía.
Los dos pilotos se afianzaron a él por un instante y luego lo
abandonaron.
Salieron a la superficie. El reflector
había desaparecido. De la Penne golpeó a Bianchi en el hombro y los dos
hombres se hundieron nuevamente. Nadaron aproximadamente unos cuarenta
metros hacia el fondo. Allí, en una oscuridad absoluta, vagaron por lo que
les pareció una eternidad, buscando el pig''. El único faro que tenían
para que los guiara era el reflejo luminoso del tablero de control del
torpedo.
Al final
lograron encontrarlo medio enterrado en el lodo. Durante diez minutos más
se sentaron en el fondo y tentalearon el motor en una oscuridad absoluta.
Sabían exactamente qué hacer en una emergencia como esa. Lo habían
practicado con los ojos vendados. Sin embargo, el torpedo no quería
arrancar nuevamente. Sufrían la presión de aquella profundidad en sus
trajes de hule delgado. De la Penne volvió a hacer senas a su compañero y
se dirigieron lentamente a la superficie. La misión había terminado para
ellos.
Se despojaron de sus equipos de buzo y
nadaron hacia España.
Tesei y su compañero también habían
tenido dificultades, según De la Penne descubrió al día siguiente. Sus
dificultades provinieron no del "pig", sino de su equipo de buceo. Se
filtraba y casi los ahogó, teniendo que abandonar el "pig". El tercer
grupo, conducido,por el teniente Birindelli, logró atravesar las defensas
y penetrar en la rada interior de Gibraltar. Allí su "pig" falló y fueron
capturados.
La cápsula hizo explosión en la bahía,
pero los ingleses no tuvieron ninguna idea de la verdadera naturaleza del
"pig" hasta que fue encontrado el torpedo abandonado por Tesei en las poco
profundas aguas de una playa española. La policía secreta de Franco lo
retiró inmediatamente, sin embargo, no antes de que los agentes británicos
tuvieran unas impresiones vagas acerca de la nueva arma
secreta.
* * *
Las defensas inglesas de la bahía
pronto se multiplicaron especialmente en Gibraltar. Los reflectores
barrían las entradas. Se reforzaron las redes. Patrullas silenciosas
surcaban las aguas por todos lados y en todas direcciones, escuchando con
hidrófonos. Pequeñas cargas de profundidad, capaces de matar o dejar sin
conocimiento a cualquiera que se encontrara nadando en el agua dentro de
un radio de unos treinta metros, eran soltadas con frecuencia durante toda
la noche. En Gibraltar, los ingleses incluso organizaron secciones de
buzos para inspeccionar las quillas de todos los barcos surtos en la
bahía, con regularidad.
Sin embargo, no eran las contramedidas
del enemigo lo que preocupaba a la flotilla italiana. Era completamente
evidente que la nueva arma en sí tenía que ser perfeccionada. Tesei, De la
Penne y otros se dedicaron furiosamente a la tarea de hacer pruebas. En un
segundo ataque sobre Gibraltar, los "pigs" volvieron a fracasar. El
tercero, el 26 de mayo de 1941, fue igualmente
infructuoso.
Otra clase de hombres hubieran
abandonado todo esfuerzo. Pero éstos eran hombres especiales. El cuarto
intento, el 20 de septiembre de 1941, constituyó un éxito completo: se
hunti p m - dos barcos tanque y un carguero. Los ''pigs'' eran al fin
dignos de confianza y no había nada que pudieran hacer los ingleses para
contrarrestar a aquellos locos italianos. En los dos años siguientes
fueron hundidos 14 barcos solamente en la bahía de Gibraltar y muchos de
ellos en plena, luz del día.
F. E. Goldsworthy, oficial de la
Inteligencia Naval Británica, declara:
-Ninguna de estas siete operaciones
fue incorrupta por la ruptura de la neutralidad española; sin embargo,
cada una de ellas demandó de los atacantes una audacia física y una
tenacidad que les hubiera ganado el respeto de cualquier marina del
mundo.
Una de las razones para este éxito,
aparte de la audacia y el valor, sin embargo, la constituyó un nuevo
comandante italiano de la operación: Borghese. Aun cuando había fallado el
primer ataque sobre Gibraltar recibió esa comisión y finalmente fue
recompensado con la Medalla de Oro, la más elevada condecoración italiana,
por su audacia y destreza al navegar con el Scire en los mismos dientes
del enemigo.
El mismo Mussolini se encargó de la
presentación. De la Penne y Tesei, con sus dos compañeros en los "pigs",
recorrieron en unión de Borghese un largo corredor cubierto de espejos
para su audiencia con 11 Duce. Fueron introducidos a una pequeña pero
adornada oficina. Mussolini, cansado y un tanto seco, (la guerra en
Albania iba mal), parecía casi desinteresado. No vestía uniforme, sino
unos pantalones a rayas y una chaqueta negra. Permaneció detrás de su
escritorio todo el tiempo que Borghese hacía el resumen de la operación de
los torpedos humanos con ayuda de mapas. El dictador ofreció la medalla y
felicitó a los cinco en nombre de todos los
italianos.
-Ahora pueden retirarse -añadió casi
en la misma emisión de la voz.
De la Perme, junto con los otros,
estaba notablemente desilusionado.
No obstante, la entrevista produjo sus
frutos. El 15 de marzo de 1941, Borghese fue designado comandante de la
división submarina de la Décima Flotilla Ligera, la cual se había
organizado para incluir a las Unidades-E, botes a motor explosivos
(cargados con TNT y lanzados en alta velocidad contra los barcos
enemigos), junto con los torpedos humanos. Se concedió una autonomía
completa, así como mucho dinero para el perfeccionamiento de los "pigs".
Borghese estaba poseído de un inmenso entusiasmo y llevó consigo a sus
hombres, incluyendo a De la Penne, a pesar de sus muchos
fracasos.
Al principio parecía como si los botes
explosivos fueran a ser la mejor arma pequeña naval de Italia. El 26 de
marzo de 1941, una docena de estas pequeñas unidades salieron de su
embarcadero y después de recorrer millas y millas de mar abierto, se
lanzaron por sorpresa en Suda Bay, Creta, puerto inglés de abastecimiento
por aquella época. Las pequeñas embarcaciones abarrotadas de explosivos,
atravesaron rugiendo la bahía. El piloto ajustó una trayectoria de
colisión contra un barco enemigo, aseguró los controles y a doscientos
metros de la muerte se lanzó del bote de regreso al mar abierto. Los
italianos hundieron tres barcos mercantes en este ataque, dañando
severamente al crucero británico York y escaparon casi sin sufrir bajas,
ya que un bote de rescate los esperaba y en medio de una granizada de
balas enemigas avanzó para recoger a los pilotos y huir en seguida a mar
abierto.
Exactamente cuatro meses después, el
26 de julio, la Décima Flotilla intentó la misma estratagema en Malta.
Tesei, la inspiración espiritual de la flotilla, había abandonado su
propia creación, los "pigs", para conducir el ataque. El resultado fue un
completo desastre.
Una fuerte cadena que sostenía una red
de acero se encontraba tendida a través de la entrada de la bahía. La
fuerza aérea italiana, a quien se había pedido que eliminara dicho
obstáculo, había bombardeado un lugar equivocado. Los nueve botes
explosivos, zumbando como abejas furiosas, dieron la vuelta y se
retiraron, frustrados. Fuego de cañón, disparado desde la orilla, comenzó
a llover a su alrededor en tanto los botes se lanzaban inútilmente una y
otra vez contra la barrera. Tesei, sin titubear más, dirigió su bote
directamente sobre el obstáculo. Saltó demasiado tarde y fue cogido por la
explosión. Nunca se encontró su cadáver.
Y peor aún,
había muerto en vano. La carga de TNT había sido demasiado poderosa. La
red se abatió y una pesada viga de madera permaneció sobre la superficie
del agua. No quedó ninguna manera de penetrar. Otro piloto que trató de
volar el, botalón también murió. El resto dio la vuelta y se dirigió a su
puerto, derrotado. La RAF les dio caza en mar abierto y los destruyó uno
por uno. Sólo un bote logró escapar.
* * *
En esta forma terminó la carrera de
los botes explosivos. El mero arrojo no era bastante. La astucia y la
cautela también eran necesarias para sorprender a los capitanes de puerto
británicos. Los hombres que jineteaban torpedos eran la
respuesta.
Es trágicamente irónico que Tesei haya
muerto empleando un arma distinta a la suya. La Décima lo echó grandemente
de menos.
-El éxito de una misión -afirmaba- no
es muy importante en si, ni siquiera la guerra misma. Lo que en realidad
cuenta es que existan hombres dispuestos a morir en el intento y que
mueran realmente por él, ya que nuestro sacrificio inspirará y tonificará
a las futuras generaciones.
Lo anterior suena a fascismo, pero es
más amplio. Había poco sitio en la Décima para el bombo con que en Italia
se hacía la política en aquella época. Tesei vivió y murió protestando
contra el gastado hombre moderno, por su amor al placer y a la molicie,
por su disposición a sacrificar su honor, su valor y su propia virilidad;
por el derecho de no tener que arriesgar su vida por alguna razón, por
noble que ésta fuera. Es al llegar a esta etapa, afirmaba, que se puede
decir que la civilización en Italia y en otras muchas naciones ha llegado
a la decadencia.
Era un bello misticismo para un grupo
de hombres torpedos. De la Penne también creía en lo mismo, hasta cierto
punto y trató de seguir adelante con la guía interior de la Décima. Logró
el éxito en una forma terrena y ruda, pero al final, la moral de la
organización hubo de descansar en la muda camaradería y en la lealtad de
los hombres fuertes que comparten una tarea peligrosa, agotante, y en
ocasiones imposible.
La Décima Flotilla Ligera conducía una
vida retirada y secreta en su. propio campamento sembrado de pinos de la
orilla occidental del Mediterráneo. Se dedicaban con igual frenesí al
trabajo y a los juegos, juntos los hombres con los oficiales; los
oficiales enseñaban con el ejemplo. Un viejo crucero, el San Marco,
anteriormente utilizado para práctica de tiro se les había proporcionado
para que planearan sus ataques, ellos lo asaltaban con los "pigs" en
operaciones a toda escala por lo menos dos veces por semana. Los días de
asueto se lo pasaban ideando nuevas clases de obstáculos y de redes para
rodearlos. También practicaban con naves italianas en La Spezia; en una
ocasión, De la Penne y otras dos tripulaciones "hundieron" al buque de
guerra Giulio Cesare aun cuando su capitán había sido prevenido de la hora
aproximada en que se haría el intento.
Su vida en el bosquecillo de pinos era
idílica en muchos aspectos; no había periódicos, ni pláticas sobre
política ni mujeres, excepto cuando se encontraban gozando de permiso.
Nadaban constantemente y jugaban voleibol e improvisaban cacerías de
jabalíes. Estudiaban mapas y fotografías aéreas de Alejandría, Malta y
Gibraltar diariamente y sabían las profundidades y configuración submarina
de cada puerto.
Los reclutas para la Décima eran
cuidadosamente seleccionados en forma psicológica, por las inmensas
dificultades que iban a encontrarse. Los que padecían dificultades de
carácter emocional, incluso en asuntos triviales tales como dificultades
financieras y disputas familiares, eran eliminados, junto con los amantes
desilusionados. Los requisitos de aptitudes físicas y habilidad en la
natación eran fantásticamente elevados. Además cada hombre recibía un año
de entrenamiento, no sólo para desarrollar su cuerpo, sino también para
crear una mentalidad "dispuesta a cualquier cosa". La Décima planeaba una
guerra larga y preparaba tanto el cuerpo como la
mente.
Se exigía un secreto absoluto, no sólo
en lo que se refería al equipo, lugar y operación, sino también en lo
relativo a la existencia de la unidad. Ni siquiera los padres o las
esposas sabían las verdaderas funciones de la Décima. Es claro que los
ingleses, ya para el final de 1941 tenían una idea general de cómo se
efectuaban las operaciones, pero ningún detalle escapó de Italia o se
filtró en los campos de prisioneros de guerra, a pesar de todos los
esfuerzos de los funcionarios de la Inteligencia
Británica.
- Cuando se toma en consideración el
ansia innata que todos los italianos sienten por hablar,
-comentaba Borghese con sequedad-, se
puede dar uno cuenta de las cualidades excepcionales que encontramos en
estos jóvenes.
* * *
Los últimos meses de 1941 acumularon
sobre los aliados, desastres navales tras desastres, tanto en el
Mediterráneo como en el Pacífico:
El 13 de noviembre, a unas noventa
millas al este de Gibraltar, Gugenberger, comandante de un submarino
alemán, izó su periscopio y descubrió al portaaviones inglés Ark Royal que
cruzaba por proa. Le disparó un torpedo y se sumergió inmediatamente. El
torpedo dañó al portaaviones, el que fue remolcado pero se hundió a
veinticinco millas de Gibraltar.
El 25 de noviembre, el U-335, al mando
del teniente von Tiesenhausen encontró a la flota de Alejandría frente a
la costa de Libia. Los acorazados Valiant, Queen Elizabeth y Barham
viajaban en zig-zag con una escolta de nueve destructores. El submarino
alemán se deslizó entre la escolta, levantó su periscopio y disparó cuatro
torpedos a una distancia de cuatrocientos metros. El Barham se hundió en
diez minutos con ochocientos sesenta hombres.
El 7 de diciembre los japoneses, en
Pearl Harbor, aparentemente habían abatido el poder naval de los Estados
Unidos, hundiendo al Arizona y dañando seriamente a otros siete acorazados
y a tres cruceros.
El 10 de diciembre, el Prince of Wales
y el Repulse fueron sorprendidos por los aviones japoneses en el Golfo de
Siam. También fueron hundidos.De las tres armadas del Eje
únicamente la italiana se mantenía pasiva. Esto ponía frenético a De la
Penne e insistía noche y día con Borghese para que se llevara a efecto el
tantas veces pospuesto ataque sobre Alejandría. Basado en los finales
ataques con éxito a Gibraltar, el comandante se convenció y apresuró
entusiastamente la operación. Supermarina concedió el
permiso.
Borghese reunió a los miembros
de la Décima y un tanto formalmente pidió voluntarios para una misión de
la que era casi probable que no regresarían. No reveló el destino, pero
todo el mundo lo sabía: Alejandría. No había ninguna duda respecto a
ello. Con caras sonrientes todos los hombres de la flotilla dieron un
paso al frente para ofrecerse como voluntarios.
Borghese les dio las gracias y
eligió a las tripulaciones. De la Penne conduciría el ataque, no cabía
duda. Llevaría a Bianchi, su ayudante de costumbre. Las otras dos
tripulaciones las compondrían el ingeniero y capitán Antonio Marceglia y
el oficial subalterno buzo Spartaco Schergat; el artillero, capitán
Vicenzo Martolotta y el oficial subalterno buzo Mario Marino; una cuarta
tripulación quedaría como reserva.
No hubo necesidad de hacer
grandes planes. Todos conocían íntimamente el fondo de la bahía de
Alejandría. Las fotos de los reconocimientos aéreos no mostraban ninguna
nueva construcción. Mostraban claramente al Queen Elizabeth y al Valiant
bien dentro de la bahía, cada uno de ellos rodeado por sus propias redes
antitorpedos.
El Scire salió de La Spezia al
anochecer, aparentemente en una misión de entrenamiento rutinario. Fuera
de la vista de la tierra una embarcación ligera se aproximó al submarino y
fueron cargados los tres "pigs". Los números 221, 222 y 223 habían llegado
apenas procedentes de una revisión en la fábrica. Cada grupo se había
entregado con su propio "pig" y conocía sus peculiaridades. De la Penne
colocó al Núm. 221 en el hangar delantero a bordo del submarino; los demás
fueron cargados a popa.
A continuación las
tripulaciones regresaron a la embarcación ligera para reunirse
posteriormente con el Scíre. Borghese se hizo a la mar. La "Operacióii
EA-3", el tercer intento contra Alejandría estaba en marcha.
Frente a Messina, el Scire
recibió un mensaje no en clave del cuartel general naval, violación a las
normas de seguridad que puso furioso a Borghese. El solo hecho de que el
Scire se encontrara de noche en el mar pondría alertas a los británicos de
que se gestaba otro inminente ataque con hombres torpedo. El mensaje de
radio, superurgente, prevenía a Borghese contra un submarino enemigo que
se encontraba en aquella zona; el Scire navegó a través de los restos. de
un convoy atacado sin ver señales del enemigo. A su debido tiempo se
deslizó en el puerto Italiano de Leros, en las islas del Dodecaneso, en el
Mediterráneo oriental.
Debido al gran número de
griegos que habitaban las islas, se cubrió al submarino con tela embreada
para ocultar a los "pigs" que portaba. Al siguiente día, De la Penne y sus
compañeros volaron en hidroplano, descansaron y se alistaron para la
acción. El comandante italiano en jefe de las fuerzas navales del Egeo
también había venido volando desde Rodas y deseaba que se ejecutaran
pruebas y ejercicios con los "pigs". Borghese le explicó que los agentes
aliados que se encontraban con los griegos obtendrían alguna evidencia de
lo que iba a ocurrir, aun cuando no descubrieran a los "pigs". Las pruebas
en Leros indicarían un ataque sobre Alejandría.
El almirante insistió. Borghese
perdió la paciencia y llamó al almirante burócrata y un completo asno.
Este lo amenazó secamente con someterlo a una corte marcial; Borghese
insistió en que se consultara a Roma el asunto. Se redactaron los mensajes
y se enviaron a Supermarina al anochecer del día trece. En la mañana del
día siguiente, antes de que pudiera llegar la respuesta, De la Penne y sus
compañeros abordaron silenciosamente el Scire y se hicieron calladamente a
la mar.
Estaban a un día adelante de lo
fijado, pero no importaba. Adelante de ellos, a unas ochocientas millas al
sureste, se encontraba el enemigo. De la Penne y sus hombres tuvieron una
última y breve sesión con los mapas. Todos estaban ya de acuerdo.
Entonces, sintiendo que estorbaban las maniobras de los tripulantes del
submarino, treparon a sus camastros y allí permanecieron.
Leían y dormían, compartiendo
un enorme pastel de frutas que alguien había llevado. El día quince, De la
Penne distribuyó dinero inglés que les serviría para escapar. Sin embargo,
los seis hombres no abrigaban muchas esperanzas de regresar a suelo
italiano; habían escrito largas cartas a sus esposas y a su familia, para
ser depositadas en cualquier momento después de cumplida la misión, aun
cuando Borghese insistía en que se haría cualquier esfuerzo para
rescatarlos.
De la Penne hizo que cada
hombre ensayara sus instrucciones para escapar: seguir el canal de
Mahmoudia y luego la bahía de Abasker o, en una emergencia, adquirir
audazmente un boleto para el ferrocarril a Rosetta. Allí podrían rentar o
hurtar una pequeña embarcación. El submarino Zaffiro los esperaría a diez
millas de Rosseta, en la medianoche del veintidós y el
veintitrés.
El día dieciséis el tiempo se
puso malo y el submarino no pudo navegar en la superficie sino únicamente
por cortos periodos.
Borghese se preocupaba por la tensión que sufrían los hombres torpedo
confinados en sus camastros por tan largo
periodo.
La operación estaba fijada para
principiar a horas avanzadas de la noche siguiente. Sin embargo, el día
diecisiete, Borghese la pospuso hasta el siguiente día. Ningún informe
sobre reconocimientos había llegado procedente del operador de radio de la
Décima Flotilla, el cual se había trasladado hasta la ocupada Atenas
especialmente para esta misión. A las 10 de la mañana del dieciocho el
Scire se encontraba sumergido a unas treinta millas de Alejandría, en una
zona peligrosa. Y aún lo llegaba ningún informe de reconocimiento sobre la
base naval.
Borghese maldecía a sus
compatriotas italianos por su ineficiencia. Llamó a De la Penne. Los
hombres torpedo no irían a enfrentarse a una muerte casi cierta o al
peligro de ser capturados sin tener la certeza de que sus presas, el
Valiant y el Queen Elizabeth no se habían hecho a la mar. Y por otra
parte, el Scire no podía permanecer otro día más en aquellas aguas,
patrulladas constantemente por los británicos. El triste destino del
Gondor se abatía grandemente sobre ellos.
Tenía que
tomarse una decisión inmediatamente. De la Penne pidió a Borghese que
atacaran a ciegas. Por lo menos podría hundirse a algún barco mercante,
aun cuando los dos barcos de guerra hubieran zarpado. En estos precisos
momentos el operador de radio del Scíre escuchó al operador de Atenas; las
noticias eran buenas. Dos aviones alemanes habían efectuado el
reconocimiento; el Valiant y el Queen Elizabeth permanecían allí. De la
Penne dio una palmada de felicidad en el hombro de su
comandante.
-Muy bien -comentó sonriente
Borghese-, ahora todo lo que tenemos que hacer es cruzar la zona
minada.
Formidables obstáculos impedían
acercarse a Alejandría. Los informes de la Inteligencia mostraban un
cordón de minas que principiaba a veinte millas de tierra. En el interior
de éste, en un radio de seis millas, existía un anillo de minas "lobster
pot" y en su interior una red de cables detectores. Finalmente, existían
más minas "lobster pot" diseminadas. Desde luego, la red que impedía la
entrada al puerto en sí, también era un problema para los hombres
torpedo.
Las minas y los cables podían
evadirse con facilidad siempre y cuando los mapas estuvieran al día. De la
Penne estuvo de acuerdo con Borghese que la ruta más segura de todas se
encontraba siguiendo el fondo. También podían existir minas allí, pero
serían menos. El Scire avanzó. A veinte millas de distancia redujo su
velocidad y descendió hasta tocar suavemente el fondo. De la Penne se
reunió con sus hombres a hacerles compañía en sus camastros. No había nada
qué hacer por el momento. Si llegaran a tocar una mina todos morirían; de
lo contrarío, continuaría la misión.
El operador de Atenas también
había radiado un fragmento de interés humano: Bianchi era padre de un
nuevo niño. El séptimo de los hombres torpedo le ofreció un brindis con
vino al nuevo padre. Aquello parecía un buen augurio. Pero en del brindis
el casco del submarino rozó con algo que parecía sonar como el cable de
una mina.
El Scire continuó deslizándose,
golpeando ocasionalmente el fondo. Las horas transcurrían lentamente y la
tensión aumentaba. A nadie le interesaba platicar. La mayoría trataba de
dormir pero nadie podía hacerlo. Borghese había recibido la Medalla de Oro
por su navegación a ciegas en Gibraltar, tal vez aquí podría
repetirla;
-A las 18:40 horas -relata
Borghese-, habíamos llegado a nuestro destino. De acuerdo con mis cálculos
nos encontrábamos a una milla y tres décimos y a trescientos cincuenta y
seis grados del faro en el muelle occidental de la bahía comercial de
Alejandría, y una profundidad de quince metros.
A las 21:30 horas o 9:30 p. m.,
el Scire levantó cautelosamente el periscopio. Nada se encontraba a la
vista, Borghese ordenó que el submarino saliera a la superficie y se
dirigió apresuradamente a la torreta a comprobar sus cálculos. Perfectos.
Una noche clara, un mar en calma y en la oscuridad se distinguía el faro
en la distancia. Ordenó que los buzos se presentaran sobre cubierta,
incluyendo la tripulación de reserva. Estos dos hombres se encargarían de
abrir las puertas del compartimiento de torpedos, ahorrando a los
expedicionarios una fatiga extra. Se ajustaron los equipos de inmersión y
se puso el oxígeno a funcionar. Borghese cerró la compuerta de la torreta
y se preparó a hundirse.
Hizo que el Scire descendiera
seis metros y escuchó con los hidrófonos el sonido de los motores de los
torpedos. El Núm. 221, de De la Penne, salió de su hangar, luego los otros
dos. Borghese estuvo escuchando hasta que no percibió más el sonido de sus
motores. Luego volvió nuevamente a la superficie para recoger a los dos
buzos de reserva. Uno de los hombres había perdido el conocimiento sobre
cubierta. Se llevó apresuradamente bajo cubierta para proporcionarle
estimulantes cardiacos, en tanto el Scire se sumergía y regresaba
deslizándose por los campos de minas, por la misma ruta por la que había
venido, El buzo recobró finalmente el conocimiento, pero ese presagio era
malo.
* * *
De la Penne y Bianchi no
tuvieron dificultad con su "pig". Unos minutos después de haber abandonado
el submarino, el nuevo comandante del asalto contra Alejandría decidió
llevar su torpedo a la superficie para comprobar su navegación. Marceglia
y Martelotta aparecieron en sus "pigs" a cierta distancia, pero se
aproximaron a distancia adecuada para conversar en voz baja con De la
Penne. Hasta ahora, el ataque iba adelantado con respecto a su horario.
Flotando cómodamente sobre sus tres "pigs" y solos en el mar, los hombres
torpedo abrieron sus raciones y esperaron, observando las lejanas luces de
la bahía y especulando sobre los peligros y dificultades que les esperaban
en aquella noche.
Después de una hora, se
dirigieron lentamente hacia las luces, con sólo sus cabezas sobre el agua.
Nuevamente se detuvieron. Nadie hablaba ahora. Se podían oír con claridad
las voces de los egipcios en el muelle comercial.
De pronto apareció un gran bote
de motor equipado con un reflector. Los hombres torpedo se sumergieron
inmediatamente, de acuerdo con el plan y se dirigieron inmediatamente al
muelle a toda velocidad. Principiaron a estallar pequeñas cargas de
profundidad que lanzaba en la distancia el bote del reflector. Los tres
"pigs" se reunieron en la punta del muelle, bajo el agua, preguntándose
cada uno de ellos si el asalto no habría sido traicionado, posiblemente
por el mensaje de radio en Mesina, por los griegos en Leros o por un cable
detector en e¡ exterior de la bahía.
El estallido de las cargas
inglesas de profundidad se aproximaba, y las olas que producían los
estallidos balanceaba a los hombres contra los cimientos del muelle. El
bote patrulla se acercó y cruzó sobre sus cabezas, lanzando una carga
final que explotó a escasos 15 metros de distancia. El impacto se sintió
como un duro golpe dado con el puño. Pero el bote patrulla se
alejó.
A las 12.10 a.
m., las tres tripulaciones, todavía debajo del agua, guiaron sus torpedos
a la red que bloqueaba la entrada de la bahía. Un minucioso examen reveló
que no existía ninguna abertura, y De la Penne titubeó para utilizar los
levantadores de redes por temor a las alarmas eléctricas que podían poner
al enemigo sobre aviso demasiado pronto. Entonces les sonrió la suerte.
Tres destructores ingleses pedían la entrada. De la Penne distinguió a los
reflectores que barrían la bahía y la zona de entrada, arriba en la
superficie. La luz se filtraba hacia abajo y finalmente se perdía en las
verdes profundidades inferiores.
La red se abrió para dar paso a
los destructores, y los tres "pigs" siguieron de cerca a las vibrantes
hélices. Pero en la prisa por entrar, las tres tripulaciones perdieron el
contacto entre ellos. La red se levantó, y en la negrura del fondo de la
bahía, cada uno de los torpedos actuaría por cuenta propia.
De la Penne, con Bianchi
detrás, rebasaron cierto número de cascos de barcos que, por su posición,
sabían que eran unidades internadas de la marina francesa, aún mantenidos
en inactividad por sus comandantes de Vichy. Sólo una vez salió De la
Penne a la superficie por un instante para comprobar su posición en el
interior de la bahía, luego descendió nuevamente. No sentía una gran
excitación. Era como otra práctica de maniobras. Conocía al detalle toda
la bahía.
Sin embargo, había dificultades
reservadas para De la Penne. Su traje de buzo se había estado filtrando
ligeramente casi desde que salió del submarino. Sumergido en aquellas
heladas aguas durante más de tres horas, ahora comenzaba a sentirse
entumido en tanto trataba de localizar a su presa. Sus movimientos eran
más lentos y no parecía que pensaba con claridad. Sin embargo, no podía
abandonar la misión.
Llegó a una red antitorpedo.
Pero no era la que buscaba. Dentro de ella el Queen Elizabeth, y éste
pertenecía a Marceglia. No había señales del otro "pig". Continuó su
camino.
Después llegó a otra red. Sus
manos, fuera de su traje, estaban casi rígidas por el frío. El agua subía
y bajaba en su interior debido a las filtraciones de su traje. No
recordaba haber sentido jamás tanto frío. Pero al fin, allí estaba la red,
Era la red que había estado buscando, En su interior se encontraba su
crucero.
De la Penne buscó
desesperadamente una abertura, palpando con las manos en la oscuridad,
hasta que calculó que le había dado la vuelta completa al barco. Pero no
había ninguna abertura.
Llevó el "pig" al fondo y
Bianchi, sin hacer ninguna pregunta se desprendió los estribos para
intentar la aplicación del levantador neumático de redes. Pero éstas eran
de un tipo nuevo y rígido. El levantador no la levantaba lo suficiente.
Bianchí regresó al "pig" y permaneció a su lado. De la Penne le hizo una
señal y montó nuevamente sobre el "pig". Sólo quedaba otra posibilidad.
Sobre la parte superior
de la red.
Cautelosamente, muy
cautelosamente, los dos hombres sacaron las cabezas fuera del agua. Había
una total oscuridad. Pero allí se levantaba el enorme
barco...
-No sentía ninguna gran emoción
-refiere De la Penne-. Sentía demasiado frío por las filtraciones de mi
traje. Temía no poder continuar.
Sin embargo, continuó. juntos,
los dos hombres levantaron y pasaron el torpedo sobre la red a plena vista
del Valiant, si alguien allí hubiera pensado en encender una luz... A las
2:20 a. m., ya se encontraban en el interior y navegaban sumergidos con la
más baja velocidad. Un momento después, con De la Penne viajando en la
parte delantera del torpedo, tocaron el costado del Valiant.
En aquel instante, lo mismo que
en Gibraltar, el motor del torpedo se detuvo y éste se precipitó al fondo
de la bahía. De la Penne nadó en su persecución. No podía distinguir a
Bíanchi. De pronto la máscara de De la Penne comenzó a filtrarse y se vio
obligado a dar un trago de agua salada. De un vigoroso puntapié se dirigió
a la superficie, pero sólo tomó una bocanada de aire, vació su máscara y
volvió a hundirse. Estaba demasiado cerca ahora, después de tantos años,
para ser derrotado.
¿Dónde estaba
Bianchi?
De la Penne encontró el torpedo
en el fondo y trató de echar a andar el motor. No había señales de su
compañero. Finalmente, inspeccionó la hélice del torpedo y la encontró
trabada con uno de los alambres de la red. Maldijo su suerte. No había
otra cosa qué hacer que arrastrar al inmóvil "pig" debajo del Valiant
mediante tracción humana. De la Penne sudó y jadeó y casi sollozó por la
frustración. Su máscara se filtraba peor aún y el pesado "pig" sólo podía
ser remolcado unos cuantos centímetros a la vez. No podía determinar si
estaba tirando de él en la dirección adecuada. El lodo del fondo de la
bahía oscurecía la brújula y tuvo que nadar a ciegas hasta que nuevamente
tocó el casco del crucero.
Tragó más
agua. Esto lo hacía sentirse enfermo. Tenía miedo de vomitar ya que si lo
hacía tenía que volver a la superficie. Siguió tirando del "pig". Otro
poco más. Lo soltó y nadó para comprobar la posición del casco nuevamente.
Tiró del torpedo. Lo empujó. Al fin el torpedo estaba en posición. El
crucero se encontraba a poco más de un metro arriba. Podía palpar su
casco.
Sin embargo, De la Penne estaba
casi inconsciente y a punto de perecer ahogado. No le quedaban fuerzas
para desprender la cápsula explosiva o para fijarla en el casco. Sólo
podía ver la carátula del reloj sincronizador. Con un último movimiento de
su mano ajustó la explosión para lo que calculó serían las seis e inició
su viaje a la superficie cuando el agua de su máscara ya le llegaba arriba
de la nariz.
Bianchi, en la superficie le
quitó la máscara a De la Penne y lo remolcó hasta la boya de amarre del
Valiant. Los dos juntos se aferraron a ella. De la Penne estaba
completamente agotado. No había que pensar en nadar hasta la orilla. No
podía coordinar ningún pensamiento y estaba a punto de soltarse de la
boya. Apenas podía escuchar que Bianchi le explicaba que se había
desmayado cuando su oxígeno falló y que no se explicaba por qué no se
había ahogado.
A las 3:30 a. m., un bote
patrulla británico los descubrió con su reflector.
* * *
Aun cuando De la Penne se había
recuperado ligeramente ninguno de los dos hombres estaban en condiciones
de resistir. Fueron izados a bordo de la lancha y llevados a la orilla, al
cuartel general británico naval. En el interrogatorio que siguió De la
Penne habló poco. Bianchi hizo solamente una narración de sus desventuras,
y el oficial de la Inteligencia Naval Británica, apresuradamente sacado de
su lecho, le expresó una irónica simpatía por sus fracasos.
Algún tiempo después de las 4
a. m., el par fue llevado a bordo del Valiant. El capitán Charles Morgan,
comandante de la nave, se mostraba cortés pero sospechoso por el informe
de que los italianos habían fracasado. Les proporcionó a ambos una ración
doble de ron y empezó nuevamente el interrogatorio. Bianchi, exhausto por
las fatigas de la jornada nocturna, pronto se quedó profundamente dormido,
a pesar de la orden de Morgan de que permaneciera despierto.
-Como el teniente De la Penne
rehusaba decir sí había atacado alguna de las instalaciones del barco
-declara Morgan-, lo coloqué bajo cubierta, cerca de la parte del barco en
donde creí que podía haber sido colocada la carga explosiva. A
continuación ordenó que todo el personal evacuara las cubiertas
superiores. El mismo De la Penne creía que había sido colocada
precisamente arriba de la carga.
-Fuimos llevados abajo, a la
unión entre dos torretas de artillería – refiere -.Cuando el guardia nos
dejó solos, le dije a Bianchi que todo había terminado para nosotros pero
que habíamos tenido éxito, a pesar de todo.
* * *
Pero, ¿qué había pasado con las
otras dos tripulaciones?
Todo había marchado
perfectamente para Marceglia y Achergat. Habían terminado de atar la
cápsula explosiva a un metro y medio de la comba del Queen Elizabeth a las
3.15 a. m. Hundieron su "pig", enterraron su equipo de buceo y nadaron
hasta la orilla, a donde llegaron a las 4:30 a. m., sin ser observados.
Tiritaron toda la noche en el frío desierto egipcio hasta que salió el
sol,y secó sus ropas, y a partir de entonces, haciéndose pasar como
marineros franceses, vagaron libremente por Alejandría. Tuvieron un
momento de pánico al descubrir que la libra esterlina inglesa no era
fácilmente aceptada en Egipto, pero pronto cambiaron su dinero por libras
egipcias en el mercado negro. Tomaron el tren a Rosetta sin ningún
incidente, pero fueron arrestados por la policía egipcia al siguiente día,
mientras vagaban inocentemente por la orilla, buscando un bote que
robar.
El capitán Martelotta y Marino
no tuvieron tanta suerte, pero al final tuvieron éxito. Un reflector de
uno de los barcos de guerra los descubrió, pero, inexplicablemente, nada
sucedió. Debajo de un barco tanque de mil seiscientas toneladas Martelotta
se puso repentinamente enfermo al no lograr mantener en su sitio su
máscara y él agua comenzó a filtrarse. Sin embargo, Marino ajustó la carga
explosiva a las 2:55 a. m. y huyeron a la orilla. Una hora después fueron
detenidos en un puesto aduanal de control y, después de breve discusión,
entregados a las autoridades navales inglesas.
Morgan, a bordo del Valiant,
continúa desde este punto con la narración.
-Aproximadamente a las 5:45 a.
m., se me informó que el teniente De la Penne deseaba hablarme y ordené
que lo subieran al cuarto de guardia. Todo lo que dijo fue que pronto
habría una explosión, pero aún rehusaba decir si había sido colocada una
carga explosiva en el barco. En consecuencia, ordené que fuera bajado
nuevamente y que se cerraran todas las puertas a prueba de
agua.
De la Penne había esperado
permanecer un poco más de tiempo en la cubierta superior. Había sido
separado de Bíanchi y uno y otro temían por su vida. Sin embargo, De la
Penne tuvo una fría satisfacción al tener la certeza de que el barco se
hundiría, aun cuando el capitán sólo necesitaba cambiarlo de su presente
posición de amarre para salvarlo, ya que la cápsula explosiva del torpedo
-no estaba atada al casco, sino que solamente descansaba debajo de
él.
-A las seis y cuatro minutos -dice Morgan-, ocurrió
una explosión debajo del barco, la cual hizo un enorme agujero en el
casco, del ancho de la torreta B, siete metros por debajo de la línea de
flotación. No se registraron bajas, pero como resultado del daño, el barco
estuvo fuera de combate durante más de cinco meses.
Tanto Bianchi como De la Penne sobrevivieron a la
explosión la cual fue bien alejada de sus compartimientos.
-El navío reculó con extrema violencia -refiere De la
Penne-. Todas las luces se apagaron y la bodega se llenó de humo. Estaba
ileso, excepto por un dolor que sentía en la rodilla a resultas de la
caída. Abrí una portañola esperando escapar, pero era demasiado
pequeña.
La puerta había sido desquiciada por la explosión y
De la Penne finalmente logró abrirla del todo.
-Subí por la escalera y encontrando el camino libre
comencé a caminar hacia la popa. No encontré a nadie a mi alrededor. Crucé
la cámara de la tripulación y encontré al capitán Morgan. Le pregunté qué
había hecho con mi compañero. Bianchi apareció sobre cubierta. Entonces
los tres hombres contemplaron la explosión del Queen Elizabeth a
quinientos metros de distancia y cómo se hundía en el fondo de la bahía.
Un momento después le siguió el buque tanque, esparciendo el llameante
aceite en cientos de metros. Después, los prisioneros fueron conducidos a
un centro de prisioneros de guerra.
Estos seis hombres se habían apuntado el mayor golpe
de toda la Décima Flotilla Ligera Italiana. Pero no fue el último. Para el
armisticio italiano del 8 de septiembre de 1943, la organización había
hundido veintisiete barcos mercantes, un destructor, un crucero y dos
acorazados, con un total de más de un cuarto de millón de toneladas. Es
cierto, muchos de los barcos se hundieron en aguas poco profundas y fueron
izados y reparados para que volvieran a navegar, pero se habían perdido
cascos y cañones vitales en los meses cruciales. El record de la Décima
aún permanece como vívido relieve histórico.
Cuando el armisticio italiano, de hecho, había
terminado de probar un submarino de dos tripulantes en el lago Iseo,
Italia. Cuando las hostilidades terminaban, fue empacado y alistado para
su embarque a Burdeos, de donde hubiera sido transportado por submarino
trasatlántico a la boca de la bahía de Nueva York. Lo que este pequeño
submarino hubiera hecho a las embarcaciones en el río Hudson, solamente se
puede imaginar.
* * *
La Penne lucha en el lado
británico
Después del
Armisticio de Italia con los Aliados, Durand de La Penne combatió al lado
de los británicos participando en un ataque a navíos italianos, usando la
misma modalidad que emplearon contra los ingleses. El 22 de
junio de 1944, el destructor italiano Greciale transportó hombres rana
británicos a las órdenes del Comandante Luigi Durand de la Penne a la
Spezia, donde debían hundir los cruceros Gorizia y Bolzano, que se
encontraban inservibles, pero que iban a ser usados por los alemanes para
bloquear la bahía. En 1945, De la Penne recibió la
Medalla de Oro al Valor Militar impuesta por el Vicealmirante Charles
Morgan, Comandante de la Flota del Mediterráneo, y ex comandante del
Valiant.
Luigi Durand de
La Penne, murió en 1992. En su honor una de las clases de los
más modernos súper destructores italianos, lleva su nombre.
* * *
Super
Destructor Clase Luigi Durand de La Penne
![]() Año 2001 - Súper
Destructor
Clase Luigi Durand de La Penne * * *
Existe una extraña posdata a esta historia. Morgan la
refiere:
-No volví a ver a De la Penne nuevamente sino hasta
que fue repatriado de un campo de prisioneros de guerra en la India en
1944, cuando yo era comandante almirante de Taranto y el Adriático.
Después de esto, me iba a visitar con bastante frecuencia y no sólo me dio
su versión del ataque sobre el HMS Valiant sino que me explicó muchos
otros asuntos sobre los cuales tenía dudas. También me fue sumamente útil
al mantenerme enterado de valiosas informaciones sobre las actitudes y
reacciones de los oficiales navales italianos, especialmente los jóvenes,
con relación a ciertos eventos que tenían lugar en Italia por aquella
época.
"Por su valeroso comportamiento en el ataque sobre La
Speizia hice todo lo posible por obtener para él una condecoración
británica. Sin embargo, como todavía nos encontrábamos en guerra con la
nación italiana, no se concedían condecoraciones a los oficiales navales
italianos.
"En marzo de 1945, el Príncipe de la Corona de Itaha
llegó a Taranto para inspeccionar los barcos italianos y las
instalaciones. El segundo día de su estancia almorcé con él y lo acompañe
durante sus inspecciones, las que incluían una visita a las barracas de
San Vito, en donde iba a tener lugar una distribución de medallas. El
primer oficial iba a ser condecorado con la Medalla de Oro.
"Una vez leída la comunicación a las tropas en
formación de desfile, el teniente De la Penne se adelantó a la plataforma.
Mientras lo hacía, el Príncipe de la Corona se volvió y me dijo: "vamos
Morgan, este momento le pertenece".
"Así fue como tuve el placer y el honor de
condecorar a De la Penne con la más elevada recompensa que concedía su
nación por el muy valeroso ataque que hizo sobre mi barco tres años y tres
meses antes. Parecía justo que yo lo hiciera así: el valor, después de
todo, no tiene nacionalidad"
Resumido y traducido del libro "War histories"
de B. J. Hurren
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